Puentes fugaces

En clara referencia a la fugacidad de los actos  humanos, a lo transitorio de ciertos hechos, a  lo efímero de tantas empresas y aventuras,  don Francisco Requena dijo que la Amazonía era un  lugar “donde todo se daña breve“.  Nada o casi nada perduraba entonces en estos lares. Cuantas cosas se perdieron sin remedio y no precisamente por la fatalidad de los desmanes de la naturaleza, sino por una especie de amor por lo fugaz, lo deleznable. Así es hoy en día. Una sociedad que apuesta por parrandear de jueves a domingo renuncia de antemano a lo perdurable. Ningún condado progresó  moviendo tanto el esqueleto. Ese temperamento facilón y carente de todo esfuerzo, de garra, inunda las defensas oficiales contra las crecientes de siempre.

En efecto, la principal obra es el puente peatonal.  Puente descartable, movible, sacable,  precario, transitorio. Es cierto que sirve a los afectados por las aguas alzadas. Pero ocurre que no dura mucho y se arruina pronto. Ocurre que ese maderaje tiene un costo. No es gratis. Es parte de un presupuesto. Es fácil deducir que en 20 años se arroja al agua una fortuna solo haciendo puentes fugaces. Para torear la creciente. No nos referimos a otros gastos estériles durante ese tiempo acuático. Ello es otro tema.

Lo que cuenta es que seguimos en lo mismo, como en tiempos de don Francisco Requena. Edificando cosas aparentes, haciendo esto y lo otro, ignorando lo perenne. Por eso es que evento importante del calendario anual se gasta tanto en fiestitas, en otros vacilones, en certificar que, efectivamente, la vida es un carnaval. Aunque no sea febrero.  ¿No se podría construir puentes de verdad, puentes de hierro, puentes de oro, que cuesten una sola vez y que sean perpetuas defensas contras las crecientes de mañana y de más tarde?