Muchas personas del oficio de escribir procrastinan con cierta facilidad cuando el santo se va al cielo. Están en un serio atasco y sin mayor esfuerzo se van a otros huertos y dejan la página tal como está, en blanco sobre blanco. Buscan un motivo para no continuar en la brega (es una situación muy frecuente con la que hay que luchar). Procrastinar, de acuerdo con el DRAE (viene del lat. procrastinare) y quiere significar diferir, aplazar. Pero no sólo es un problema para quienes escriben puede darse en situaciones cotidianas. Por ejemplo, los muchachos y muchachas en el colegio procrastinan con frecuencia de cara a las tareas del colegio. Estas se hacen muy cargantes y es una buena excusa para dejarlas para más tarde, claro, al final llegan los apremios y lo hacen fatal. Por eso se recomienda saber domar a esa fiera que llevamos dentro porque con facilidad tendemos a distraernos y aplazar las tareas. Gestionar esas emociones que nos acechan. Cuando puedo suelo ver con frecuencia partidos de tenis y el procrastinar ahí es pan del día. Observar que un jugador o jugadora van ganando un set con solvencia y sin angustias. Estaba tocado por un ángel. Pasan al siguiente set y, de repente, empieza una tormenta interna dentro de la tenista o el tenista. Pierde los puntos ganadores. Los reveses no le salen como antes. Comete yerros no forzados. El servicio se vuelve vulnerable y ha perdido la frescura y la agresividad requerida para el partido. En suma, se va del partido y pierde ¿Qué ha pasado? La mente así es de maravillosa y de asombrosa. Ha pasado algo por la cabeza que te ha revoloteado y ha dejado fisuras de honduras insondables. Miedos, temores y otros sentimientos afloran con facilidad y no son domeñados. Se vuelven contra ti como el aguafuerte pintado por Goya “El sueño de la razón produce monstruos”. Ahí está el reto, llevarlos al redil y que estos no nos gobiernen. Tarea muy difícil.
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