ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

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Una mañana de sábado cualquiera en la capital de la República merodeando por el Mercado Central junto a un colega nos topamos con una caravana que promociona la candidatura presidencial de Antero Flores Araoz, quien sigue esa tradición nada democrática que se padece en el Perú: proclamar candidaturas antes que trabajar en elecciones internas. Y al ver a Ántero Flores junto a Carlos Torres y Torres Caro –ese dirigente que tuvo el nacionalismo de hace una década y que llegó a postular a la Vicepresidencia sin éxito pero que logró una curul e inmediatamente se cambió de camiseta- uno no hace mas que detenerse a observar que el tiempo político también se detiene. O mejor dicho, los políticos creen que el tiempo se detiene negando aquello de la dialéctica cuya comprensión tendría que ser una condición para la práctica política.

Pero Ántero Flores, viejo político como es, sabe que si no llega a convertirse en candidato presidencial por lo menos tendrá la posibilidad de negociar algunos cupos parlamentarios en una plancha que genere expectativa entre el electorado. Como también supo que dentro del PPC sus aspiraciones presidenciales estaban reducidas ya que dicha agrupación siempre procuró alianzas para tentar el poder ya que ni con Luis Bedoya Reyes pudo convencer a los peruanos que el socialcristianismo era una buena alternativa de gobierno. Contradiciendo su propia prédica democrática el expresidente del Congreso de la República decidió alejarse del pepecismo para trabajar su proyecto personal. Echando por los suelos sus postulados de democracia interna el exministro de Defensa del segundo gobierno de Alan García Pérez decidió lanzarse como candidato a la Presidencia de la República sin consulta previa a los militantes de su nueva agrupación. Primero la candidatura luego la consulta. Es decir, al revés. A la inversa. Claro, se podrá dar como justificación que en el PPC nunca hubiera siquiera tentado ser candidato presidencial. Pero ahí está precisamente el reto. No propiciar candidaturas disociadas de los partidos sino dentro de ellos. Si no son capaces de persuadir a las bases de sus partidos ni a los dirigentes que se consideran candidatos naturales entonces no tienen capacidad para enfrentar con inteligencia los problemas del país. Que la permanencia en un partido político con estructura dirigencia mesiánica más que un problema de quienes se consideran Mesías es de quienes permiten esos chauvinismos.

Ojalá que los votantes –y también quienes dirigen los partidos- entendamos de una buena vez que quien sale de una agrupación solo porque siente que le colocan barreras a sus aspiraciones presidenciales está impregnado de un egocentrismo pernicioso para el desarrollo nacional. Ántero es una muestra de ello. No el único, por supuesto.