Por: Gerald Rodríguez. N
La frase “nadie ya cree en nadie” nos muestra como una sociedad que está perdiendo desde hace mucho tiempo su creencia en los políticos, y es que, si tenemos partidos regionales sin ideologías, qué diremos de los tradicionales que improvisan discursos de todo orden ideológico, que pareciendo rojos, terminan siendo arcoíris. Tampoco vemos líderes, nadie habla de un político como líder, que al no verse eso, solo se habla de políticas de personas, como si fuera el último peldaño de la política en la región y en el Perú.
Hace mucho tiempo que en el Perú no se habla de líderes, ni de ideologías, ni partidos políticos. Y la sociedad, desorientada, desconfía mucho más que antes, al preguntarle, por qué quién votaría si mañana fueran las elecciones. Ante las promesas no cumplidas, las obras inconclusas, el continuismo de la pobreza y su incremento, ante el criollismo del más vivo, y del que si roba lo más importante es que haga obras, el peruano es apático al político porque el sistema lo lleva a eso, y la dinámica se hace perversa: “como tú no hiciste nada, elijo por el que nunca me convenció, pero debo darle la oportunidad así no me haya logrado de convencer”, siendo el mal menor por quien se elige, agudizando aún más el problema. Y así el quiebre de la confianza nos llevará en cierto modo a una anarquía, que más cerca que lejana, poco a poco estamos empezando a entrar sus primeros síntomas, porque los partidos políticos en vez de educar a sus seguidores, los educan con el odio y el revanchismo por el poder. La desconfianza y el odio cunden en las casas cuando se habla de política, porque cada uno defiende más que al líder, a quien le cumplirá con sus intereses personales si llegara a ganar. Los partidos políticos ya no son lugares de debates y de educación política, son lugares donde las personas que están postulando al cargo dan orientaciones de como pelearse con el contrincante que va primero, o son lugares donde solo suena una radio con una canción huachafa donde se le nombra al candidato como un producto. Se ha perdido el debate de propuestas lógicas y coherentes. Y por esa lógica el simpatizante reacciona y se crea su desconfianza. La cultura política en la sociedad actual está enferma. Miremos nomás en las encuestas el nivel de aceptación del improvisado gobierno parlanchín de Fernando Meléndez en la región, o de la decepcionante gestión de Martín Vizcarra en la presidencia de la república. La política nacional está enferma y deteriorada, el debate de razones en la política ya no existe, ni la izquierda puede permanecer junta, porque llevan en sus genes el divisionismo, el sectarismo, el caudillismo y el liderazgo personal.
¿Cómo es posible que podamos vivir en una sociedad decepcionada de la política y de los políticos? ¿En qué tipo de sociedad nos estamos convirtiendo? ¿Cómo es posible que en los libros del MINEDU que llegan a las escuelas del Perú se niegue la matanza del “Grupo Colina” en la gestión del primer gobierno de Alberto Fujimori? ¿Acaso eso no son nuestros políticos? En la política nacional estamos en medio de una competencia, de una fantasía casi infantil, de niños de 5 años, que consiste en creer que para estar bien el otro tiene que estar mal, tiene que desaparecer, ser eliminado. Así avanzamos al caos y al desastre. Tarea para la casa, señores candidatos que dicen llamarse “políticos”.