Por Marco Antonio Panduro
Hace unas semanas, Salvador Lavado posteó un hecho que está normalizado como colectivo nacional, la frase «Aquí todos debemos estar alineados», o su próximo inmediato, «Aquí todos debemos hablar el mismo idioma».
Lo resaltante es que lo dijo alguien con presencia en los medios de comunicación local, una suerte de figura pública, o más bien alguien que va en busca de políticos, en su mayoría, con el fin de entrevistarlos, y es quien ha mostrado su desagrado hacia tal condicionamiento.
Durante la pandemia, la campaña «Un niño, una radio», llevada y difundida por Tanith Peña Araujo, maestra de educación inicial asignada en una escuela rural, había logrado recaudar más de setenta de estos aparatillos. La campaña, por demás acertada, incluso llamó la atención de medios nacionales quienes le dedicaron reportajes y entrevistas. El propósito de «Un niño, una radio» era entregar pequeños y funcionales radiotransmisores a los niños de Inicial y Primaria del distrito de Fernando Lores como forma de facilitarles una apoyatura tecnológica con tal que pudieran escuchar los programas radiales educativos.
En el curso de la cobertura mediática declaró que había «inacción de su sector y del mismo GOREL frente a la situación de la educación rural»», declaración que trajo cola, como se dice. Un funcionario la invitó a retirarse del programa que se trasmitía en una radio local. «¡Recuerden que todos los que estamos aquí trabajando para la DREL y el Gobierno Regional, somos gestión, y si alguien no quiere aceptar ello que dé un paso al costado y si no eres leal, no me sirves!».
Más o menos es lo que había declarado a puerta cerrada.}
Pero, ¿la lealtad deber ser al funcionario de turno, al director de turno o al gobernador de turno? ¿O la lealtad es hacia un prójimo, hacia quien se sirve? No está demás recordar que el servidor público está para servir al público.
De vuelta a este enero, 2024, a Salvador Lavado le manifestaron que los que trabajan con el GOREL “se tienen que alinear”, subrayada esta frase. Como quien no sabe la cosa Lavado preguntó: ¿Eso qué significa? «Que no haga preguntas incómodas», era la rápida respuesta.
«Si, sin escarbar mucho «les molesta», agradezcan que no tengo tiempo para investigar», se lee líneas más abajo en su publicación. Su post “en caliente” ha dado en el clavo del problema de lo que se autoproclama como periodismo.
Periodismo hay muchas formas, pero lo que se practica a nivel nacional, (contadas pero notorias excepciones) y de manera mucho más marcada en Iquitos, es que es cualquier tipo de periodismo, menos periodismo serio. Pero de algún modo lo comentado por el reportero de Pro&Contra es una denuncia al mal entendido “espíritu de cuerpo”.
¿Pero por qué hay poca investigación dentro del periodismo loretano? Casi todo es de a oídas y no existe el ingrediente fundamental llamado rigor. ¿Puede verse en los canales de televisión y otros medios locales reportajes que han tomado semanas de investigación y cuyo resultado final sea el destape de tal o cual hecho oscuro? Muy de vez en cuando nos enteramos de la putrefacción dentro de las oficinas regionales o municipales donde se decide todo pero esto a través de reportajes de los grandes canales capitalinos. Y de lo poco que se destapa por fuentes locales esta viene del chisme, de la habladuría, casi de la casualidad de un bocotas que se ha topado con “información confidencial”, y decide compartirla, pero claro no bajo un noble propósito, sino llevado por el ánimo de la venganza o “con segundas”.
Hace poco, en una reunión de café, alguien ligado al mundo editorial amazónico hacía notar una de las razones para que la figura de Julio C. Arana sufra constante escarnio antropológico e histórico, y que fuera tan impopular –sin que sus actos lo exculpen–, y este linchamiento social se explicaba por su desarraigo. De hecho, su no arraigo ha facilitado que se le culpe desde la A hasta la Z, habiendo otros caucheros que posiblemente sus fortunas fueron mayores, pero que –a diferencia de Arana– estos tuvieron descendencia y hoy constituyen parte de algunas “buenas” familias loretanas.
Iquitos es una sociedad pequeña, no tanto por el número de habitantes, sino por las cabezas que son escasas, pero donde intereses y desintereses pueden cruzarse varias veces en un día, a la vuelta de la esquina, de modo tal que el cálculo es lo que prima en el coterráneo, en el paisano que –siempre la excusa del carácter festivo– no gusta de hacerse problemas.
Juanjo Fernández es de los pocos que ha hecho trabajo de investigación sobre el asunto de la minería ilegal de oro en el Alto Nanay. ¿Por qué lo hizo? Primero por ser un extraterritorial y su mirada no está empañada del cálculo que hablamos en el párrafo anterior. Y porque para investigar debe haber financiación pues demanda una logística, asunto este que a pocos interesa llevar proyectos de esta naturaleza.
Kanatari –semanario que impulsó el recientemente fallecido Joaquín García– tenía un equipo de investigación que se sumía –quizá no tanto como se hubiera deseado– en asuntos incómodos y delicados. El hincapié que se hacía a las apariciones del narcotraficante Tijero a mediados de los ochenta, la trata de personas, el abuso de las fuerzas policiales y militares en la ciudad y en la ribera, son noticias y denuncias cotidianas registradas de aquellos años.
De manera tal, diera la impresión, que para lograr este propósito, el de la investigación y la denuncia, fuera requisito tener un pie en esta tierra y el otro pie fuera de Iquitos. Es decir, tener un no arraigo, o ser medianamente y no en totalidad, arraigado.
Y en cuanto a la performance radial, hay nula diferencia entre un locutor de la mañana de una emisora local y el locutor del mediodía del programa noticioso de otra emisora local. En tono lambiscón, dicen y chamudean lo mismo, y la conversación inteligente con el invitado es una rareza, y son más bien conversaciones indigentes.
Quiere decir con ello, en una sociedad como la de Iquitos, que resulta muy sensible ir directo a la verdad, porque es sintomático en el hombre de prensa local el “todismo”. El periodista de estos medios sabe todo, receta de todo, prescribe de todo, opina de todo sin saber muchas veces de mucho. No existe ese espacio para saber escuchar, y si lo hay le gana el deseo figurativo de ser el último quien toma la palabra. Añádase, además, la confusión entre la verdad y su verdad. Pero este es un tema que habrá seguir abordándose, porque para llegar a la verdad hay que estar más allá del bien y del mal, como dice Nietzsche.
Y finalmente, a lo que nos trajo el tema de esta columna. Hablar un mismo idioma frente al contexto del binomio funcionario-autoridad significa comúnmente hablar el idioma de Alí Babá. Y estar alineado significa ser el subalterno de sus cuarenta ladrones.