Escribe: Percy Vílchez Vela

El 12 de noviembre de 1940 varias canoas que albergaban a unos 40 piratas navegaron hacia la medianoche por el Amazonas hasta arribar a Padre Isla. El objetivo era asaltar a los modestos y pobres moradores que entonces vivían en dicha aldea.

El 22 de marzo del 2015, ayer nomás, una banda de piratas a bordo de un botemotor navegó por el río Itaya hasta cerca del grifo flotante conocido como “Chamberito”. El cabecilla, Wellington Llajar Chujutali, saltó de la nave armado de un machete.

El ejercicio de la piratería entre los ríos amazónicos tiene larga data. Embarcados en naves de uso frecuente, dispuestos a realizar sus fechorías, los bandoleros fluviales aparecen de improviso y durante un tiempo no dejan de realizar sus asaltos. Luego desaparecen sin dejar rastro. La paz entonces se apodera de las arterias fluviales hasta que aparece otra banda. Se podría decir que el curso de los ríos selváticos de una u otra manera está fuertemente vinculado a ese oficio peligroso que siempre cobra sus víctimas entre los viajeros eventuales o los que viven a orillas de los distintos ríos.

El dominio ancestral de las aguas permitió que unos súbditos omagua formaran una banda de piratas novísimos que tenían su base de operaciones en la cabeceras del remoto río Puetipini. Desde allí, en frágiles y raudas canoas, navegaban por quebradas hasta alcanzar el Napo. El objetivo de esos malhechores era apoderarse de las herramientas que los demás manejaban. No tenían otras ambiciones y en sus andanzas cobraban victimas cuyas cabezas eran cortadas para que luego participaran en sus ritos de guerra.

En su mejor momento dicha banda llegó a tener algo así como 50 miembros activos. Esa cantidad no sirvió de nada a la hora de defender las aldeas indígenas de los ataques de los piratas lusitanos. Estos eran verdaderos bandidos de las aguas que solían atacar sorpresivamente las aldeas. El botín eran personas que luego eran llevados para ser vendidos como esclavos en los mercados del Pará. Durante años se repitió el mismo manual de agresión y muchos moradores se vieron obligados a trasladar aldeas enteras para evitar la agresión de esos piratas.

El objetivo de esos bandoleros no solo era agenciarse de esclavos sino apoderarse de una parte del territorio peruano. Durante mucho tiempo para los portugueses la frontera con el Perú estaba a la altura del río Napo en un lugar conocido como Aldea de Oro. En su afán de salirse con la suya los portugueses no vacilaron en ejecutar incursiones audaces que trajeron como consecuencia el despoblamiento de la zona. Pero gracias a la labor de ciertos misioneros la línea de frontera no retrocedió más de lo debido. Después de los tiempos coloniales la piratería continuó.

El 12 de noviembre de 1940 varias canoas que albergaban a unos 40 piratas navegaron hacia la medianoche por el Amazonas hasta arribar a Padre Isla. El objetivo era asaltar a los modestos y pobres moradores que entonces vivían en dicha aldea. El botín iba a ser cualquier cosa, cualquier utensilio de hogar, cualquier animal de crianza. Pero el asalto se frustró debido a que una profesora, cuyo nombre no llegó hasta nosotros, cruzó el río hacia la una de la mañana para dar la alerta y la alarma en la ciudad de Iquitos.

El 22 de marzo del 2015, ayer nomás, una banda de piratas a bordo de un botemotor navegó por el río Itaya hasta cerca del grifo flotante conocido como “Chamberito”. El cabecilla, Wellington Llajar Chujutali, saltó de la nave armado de un machete. Su inocultable intención era el asalto, pero el guardián de dicho establecimiento le repelió con disparos. Este episodio sangriento es el último hecho protagonizado por los piratas del río en nuestra zona. Las otras bandas que operan entre nosotros tuvieron mejor suerte, convirtiéndose en una lacra que cobra sus víctimas de vez en cuando.

El ejercicio de la piratería fluvial tiene entonces antecedentes a lo largo de la historia regional. No es una actividad que nació ayer. Aparece y desaparece cada cierto tiempo. Para combatirlo con eficacia sería conveniente conocer algo de esa herencia, de ese pasado, que revive cada vez que una banda de asaltantes acuáticos decide operar en cualquiera de los ríos amazónicos.