Pevas: arte para entender el sentido de la cosmovisión amazónica (I)

Esta historia se inicia en junio del año pasado, en que el artista plástico Gino Ceccarelli me invitó a ser partícipe de la exposición Arte Amazónica (corrientes, vertientes y emergencias), escribiendo un texto sobre el panorama pictórico del denominado Oriente peruano. Pero, en verdad, la historia  tiene mucho tiempo atrás germinándose. Es como un relato que cobra cuerpo, ansía espacio y madura con las idas y sinsabores de una cronología no necesariamente amistosa.

No hace mucho había señalado que el devenir de la Amazonía peruana ha estado plagado de tantos conflictos (depredación, contaminación, agresiones a los pueblos originarios, desconocimiento del valor cultural), que sus habitantes no pueden sino sentirse tocados, emocionados o frustrados por la tragedia sucedida en Bagua el 5 de junio del 2009.

Han sido los artistas quienes con mayor fuerza han sabido descifrar o reordenar dichas pulsiones, transformando creación no sólo como un objeto estético o intelectual, sino también como una forma de abstracción y purificación. El arte amazónico, de por sí no se ha limitado a exhibir la sensualidad inherente del trópico. Ahora también incluye una mirada introspectiva, una  señal que clama por el respeto y una saludable base conceptual y teórica sobre la  mitología y las realidades paralelas.

Los artistas indígenas han logrado mostrar una poderosa conjunción que tiende a descubrir el arte para todos los demás a partir de la propia concepción del arte, de la selva, del tiempo y las historias que se han venido repitiendo de generación en generación.

Escribir y reflexionar sobre el arte indígena amazónico es tarea compleja. No solo por la cantidad de cosmovisiones que presentan cada uno de sus pueblos, sino también por la variedad de artistas y difusores de su historia desde el oficio y la vocación. Este número importante se desperdiga alrededor del gran territorio nacional.

He aquí los testimonios de artistas indígenas de la zona de Pevas, uno de los pilares más importantes del desarrollo cultural de la Amazonía.  Una de las varias historias que se encuentran en este territorio que abarca más del 60% del territorio peruano. Historias de naciones originarias que han asentado sus territorios en medio de la selva y han logrado encontrar en la pintura, la escultura o el tallado una forma de perpetuación de la memoria y de la vida de sus clanes.

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Para lograr el efecto adecuado, hay que seguir con el ritual, con la tradición Primero, hay que preparar el ampiri, dejando que la esencia del tabaco estuviera lista para la ceremonia. Mezclar la coca con la sal de monte y las cortezas del árbol de la cumala, macerado con dos días de anticipación. La ración debe estar exenta de impurezas.

Luego, hay que lamer el ampiri. Picante, viscoso y poderoso. El ampiri (sobre todo el de cumala, más que el de tabaco) produce visiones, mareos, ocasionales desmayos, copiosa sudoración. Ocasionalmente, se usa la coca, pero líquida.

Es importante hacer los cantos ceremoniales, los icaros. A través de ellos va llegando el momento del trance, de la comunión y la comunicación con los espíritus, con los Seres del Cielo.

Luego de la noche, del momento comunal, se ha despejado la mente, se logra un pequeño espacio para la innovación y el sagrado encuentro con la mano creativa que guía la voz de lo terrenal y espiritual, quienes hablan a través de los artistas.

Pero, para poder lograr el exacto espacio en el cual se concreten las obras pictóricas, es necesario participar de otro tipo de ritual: el de la confección de los insumos, es decir, de los lienzos y colores.

Los artistas deben caminar hacia el centro del monte. Una vez allí, se ubican cara a cara con el enorme y desafiante ojé. Cierran los ojos y hacen algunos pedidos especiales a la madre del árbol. Inmediatamente, hacen una incisión, extraen un pedazo de la corteza. Continúan pelándolo, sacándole todas las cascaritas de encima. Usan el machete con destreza, usando el filo para golpear, equilibrando la fuerza. La corteza cede hasta convertirse en una pequeña porción de vida; se va ensanchando, dejando listo un pequeño, inmaculado, hermoso lienzo. Se lava y deja secar al sol. La llanchama está lista.

Para conseguir las pigmentaciones, también existe una experimentación constante, que se funda en la naturaleza como generadora de materia prima. Los artistas se apoyan en la pepa del huito para crear el tinte violeta. Machacan hasta pulverizar achiote y descubrir el rojo más intenso. De las hojas del pijuayo procesado obtienen el color verde. Del guisador, el amarillo.

Cuando todo el proceso se encuentra acabado, extraen resina de la leche caspi y la adhieren al lienzo, para conseguir cuerpo y firmeza.

(Nota del autor: primera de tres partes de una crónica sobre la importancia del arte en la comunidad bora-huitoto de Pevas, que recibió una mención honrosa en el reciente Premio Salwan de reportaje sobre pueblos indígenas 2011)