Papanoel entre desperdicios

El barbudo,  regalón y milagroso personaje  navideño, Papanoel para más señas y datos,  ha pateado tremenda quiruma o brutal estaca en estas antesalas pascuales y de fin de año. En Iquitos.  En una de las cuadras de la calle Aguirre, arteria atestada hasta el cogote, hacia las 7 de la noche de cualquier día de la semana que está pasando, en la puerta de un iluminado negocio, el personaje ejecuta  sus conocidas monerías para vender más. En su conocido disfraz, en su ropa de bombero voluntario, no caben ilusiones en verdad. Porque a escasos metros de su labor comercial, tan cerca de él, se levanta una ofensa a la noche de paz, a la compartida  cena familiar, hasta al villancico estridente.

En esa cuadra abundan montones de basura. Pequeños cerros envueltos por bolsas de plástico o desparramados. La basura de todos los días está allí.  Invicta y nada navideña. Está ahí como si esa calle fuera un moderno relleno sanitario. El pobre Papanoel, por muy regalón o  inspirador de fábulas  o milagroso que sea, tiene que tener unas fosas nasales motorizadas  o blindadas para no aspirar el aroma que se desprende de las miasmas acumuladas.  Tiene que disimular ante la inquietante presencia  de los desperdicios en una ciudad que suscribe su destino de alcantarilla, con o sin orientales en quiebra o no. 

El pobre Papanoel de este año no puede vender su pan cómodamente. Tiene que hacerse el loco, disimular su rabia o su desdén contra la autoridad que no puede resolver uno de los problemas centrales de cualquier ciudad. Esa calle Aguirre es solo una muestra de lo que son las otras calles de Iquitos. Así  las cosas, en estas navidades  de emergencia corremos el riesgo de no poder comer nada. Ni  el panetón último modelo, ni el cerdo asado, ni nada ante el feroz espectáculo de los desperdicios acumulados diariamente.

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