ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

La idea era escribir un artículo sobre Israel después de recorrer de un lado a otro el país y asistir a una reunión programada y organizada por la asociación “Unidos somos más” donde la cultura amazónica era la protagonista. Pero, a los pocos días del periplo uno llega a la conclusión que este país y todo lo que gira alrededor no sólo es para un artículo, sino para un libro. Y en varios tomos.

Minutos antes de sentarme a escribir esta entrega se expande la noticia que dos misiles artesanales fueron dirigidos desde Palestina hacia TelAviv. Hace poco más de dos años que este tipo de ataques no se producían contra la capital de este país y, por ende, se comprenderá que inmediatamente han sonado las alarmas en por lo menos cinco ciudades cercanas a lo que es el centro político y tecnológico del país. Pero más allá de esos ataques –que son tomados con sorprendente tranquilidad por Jorge Ben Simón, presidente de la asociación que hizo posible este periplo, y parte de su familia con la que estaos reunidos en BeerSheva- hemos asistido a un ataque de información, conocimiento, historia y comportamiento de lo que ha sido llamado “el milagro económico de Israel”. Y no hablo, únicamente, del aspecto religioso.

Estoy abrumado. Aunque, en verdad, no es la palabra que grafica con exactitud lo que experimento por estos días. Habrá que inventar una para explicar este viaje. Habrá que mezclar el español con el hebreo y ambos con el iquito para decir lo que, sin duda, ha sido uno de los más fructíferos viajes que he realizado. Por eso, tratando de ordenar todo ello, me atrevo a lanzar unas palabras al viento desde lo que fue un desierto.

Primer punto, para utilizar una frase recurrente en la conversación con Jorge Ben Simón: Este presidente de “Unidos somos más” es un ser humano extraordinario que con un desprendimiento inigualable ha sido maestro y guía ya sea en el mar muerto, ya sea en TelAviv, también en Jerusalem, de igual forma en Nazaret y, por supuesto en Beer Sheva. Y con él, toda su familia. Todos sus integrantes. Los que ya conocía y los que he frecuentado por primera vez. Hemos recorrido más de dos mil kilómetros de un lado a otro, de norte a sur. Subiendo entre piedras, sofocados por la altura y también por la bajura. Llegar al mar muerto es solo posible si se desciende a 700 metros bajo el nivel del mar. Caminar por las orillas del Jordán es realidad descendiendo 212 metros bajo el nivel del mar. Tomarse una foto en Sodoma y Gomorra es temblar quizás no por el precipicio que está en la zona sino por los pecados bíblicos que allí se cometieron y provocaron la ira del Creador. Lo dejo ahí para un próximo “Caminos de la vida”, pero no puedo hacerlo sin compartir el escalofrío corporal, el chirichiri amazónico al estar en el Muro de los Lamentos, el Santo Sepulcro, la carpintería donde José recibió la noticia que iba a ser padre con la ayuda del espíritu santo y, claro, rebautizarme con Mónica y mis hijos en el mismo lugar donde San Juan derramó agua del Jordán en la cabeza de Jesús. Y toda esa emoción familiar fue posible gracias a alguien como Jorge que es, hace muchos años, parte de los Vásquez Morales como yo me siento parte de los Ben Simón.

Hugo Aspiazú, promoción 1986 del Colegio San Agustín, permitió un reencuentro agustiniano en un lugar tan entendido por el santo de Hipona. Entre sorbo y sorbo hemos recordado a los de su promoción y a los míos. En pocos minutos me ha contado parte de su vida en Trujillo y hoy en Beer Sheva, todo ello combinado con las añoranzas de los triunfos del equipo de básquet de los que vestían la chompa amarilla.

Para terminar, sin que esto sea el final del relato viajero, una mención especial a Gabo del Aguila, loretano que vino hace cinco años a estas tierras sagradas para, junto con su madre y hermanos, desarrollarse y superarse. Él es hijo de Oscar del Águila Gómez, escritor que he encontrado gracias a este viaje, aunque él ya haya viajado a la Eternidad hace algunos años. Sus personajes como Manuel Nashnate, quien con machete en mano caminaba por la selva o el chamán Mariano, curandero cocama que trató a la hija de Isabel y Leandro, han ingresado de una manera imperceptible en mi imaginario. Encontrar a Oscar en la literatura ha sido tan gratificante como escuchar sus canciones hace algunos años. Y ver una fila de los Del Aguila Villacís en medio de mamá Liz ha sido una especie de homenaje póstumo hacia un creador en la tierra del Creador. Ver tan jovial a ella y tan felices a sus hijos ha sido regresar al pasado cuando en la calle Putumayo se reunía con Doris, mi hermana, antes, durante o después de las clases de Secundaria. La noche amazónica tuvo en ellos una vibra espacial y especial. No sigo pero lo digo: Qué gusto me ha dado verlos. Qué gusto.

Prometo que intentaré transmitir en lo sucesivo la maravillosa experiencia que me ha tocado vivir gracias a Jorge. Palabra.