Hace unos días el presidente Obama creó la mayor reserva marina del mundo, el Monumento Nacional de nombre Papahanaumokuakea, dicen que en tamaño es como dos veces España, de acuerdo a las noticias. Está en el Océano Pacífico, en Hawái. Las fotografías que ilustraban las noticias era él mirando la inmensidad del océano desde la playa, una imagen que para cualquier urbanita le llena el alma de cursilería, de cierto romanticismo banal. Me explico, ante la imagen mostrado pareciera que estamos ante un paisaje casi virginal- hay algo en la cabeza de las personas que ansían ese lugar inmaculado en algún lugar del mundo y me flipa. No hay esos lugares, el planeta tierra ha sido desflorado por la persona humana, en ese afán y apuro de descubridor de la obviedad que se alimenta en ciertas culturas. Sería bueno reflexionar sobre estos lugares, supuestamente, sin mácula. Porque cada paisaje por más prístino que nos quieren ofrecer o hacer prensar, tiene, por desgracia, una rasgadura humana en ese lienzo. La misma crónica nos señala que la historia de ese Monumento nacional apadrinado por el presidente norteamericano tiene en su pasado haber sido escenario de la Segunda Guerra mundial y en sus fondos marinos hay pecios como la de un portaaviones. Es decir, de la escena idílica del mandatario frente al mar se esparce una lágrima muy salada de humanidad. En la Amazonía peruana sucede una situación similar. En la actual ubicación de la Reserva Nacional Pacaya Samiria, que tiene como límites naturales a los ríos Ucayali y Marañón y antiguo territorio ancestral kukama, fue una vez, a principios del siglo XX, terrenos de la explotación del caucho que por lo general eran trabajadas por mano de obra indígena sometidas a actos crueles y maltratos, amén de las muertes en cepos o disparos a sangre fría. Pero en esta área natural, como en otras, obvian la historia que hay detrás. No hay paraísos por encontrar. Las personas humanas lo hemos desollado casi todo en la tierra.
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