Pasear en Suiza
Pasear en Suiza
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
La mayoría de parques europeos está lleno de ciudadanos que aprovechan sus ratos libres para salir a pasear con sus mascotas. Lugano no es la excepción. Ubicada en la frontera con Italia, cerca de Milán, desde que se cruza la línea divisoria entre Suiza e Italia se nota un cambio hasta climático. “Puede llover en la parte italiana y en la otra salir un sol” nos dice Augusto Pipione, compañero de viaje y orgulloso de mostrarnos el paisaje suizo.
No he visto en ninguna otra ciudad tal parecido entre los perros y sus amos. No sé si será por la limpieza que muestran o por la obediencia con que se desplazan. Pero que se parecen, se parecen. Y no son perros chuscos. Y, también los suizos, son los que tienen menos de chuscos que los demás europeos. Pero si de perros se trata los precios de los productos es para que cualquiera ladre humanamente. Un reloj en vitrina muestra este precio: 27 mil euros. Cien mil soles, aprox. Como la mirada no tiene ningún costo uno tiene que contentarse con apreciar la esfera, el minutero, segundero y retirarse con la frase “si hay relojes de ese precio y se exhiben es porque alguien los comprará”.
Y claro que hay compradores. Suiza, sea en la frontera o no, es uno de los paraísos financieros mundiales. Y más aún si tenemos en cuenta que Lugano es una de las ciudades más grandes y su movimiento financiero y bancario la coloca en el tercer lugar en un país donde las transacciones monetarias llegan desde todas partes del mundo. Solo es superada por Ginebra, Zúrich y Basilea entre las que tienen mejor nivel de vida en el mundo. Se entiende entonces que compradores de todo el mundo acudan a sus tiendas y se lleven joyas de cinco mil euros o se alimenten con un sencillo de 50 euros que convertidos a moneda peruana puede provocar sorpresa.
A pesar de ser costosa no he encontrado entre quienes la han visitado a nadie que se queje de algo. Todos hablan maravilla de su gente, de sus tiendas, de sus perros, de sus parques, de sus góndolas, de sus relojes, de sus chocolates. Y es que más allá de sus vitrinas y automóviles de las marcas más costosas el hecho de apreciar el lago que la circunda es una distracción fenomenal y ni qué decir de las señoras ya acariciando las cinco décadas de existencia que recorren sus calles y que muestran una jovialidad inmejorable.
El periplo europeo del que hoy disfruto me ha traído por segunda vez a esta ciudad de Suiza y, déjenme confesarles, que la he encontrado igual de maravillosa y si por esas cosas del destino tengo la tercera oportunidad de visitar el Viejo Mundo pediría a mi cuñado Augusto que me de otra vueltita por este lugar llamado Lugano para ver si algún perro tiene un rostro parecido al mío y quizás uno de sus dueños me ladre mientras paseo por Suiza, ni más ni menos.