Osario marino
Estos días de otoño el mar azul de las costas de Lampedusa se ha teñido de duelo. Han muerto alrededor de doscientas personas (hombres, mujeres, niños y niñas). Ha sido una noticia triste, tan triste que hasta Francisco (el Papa) dijo que lo que pasó en las costas italianas es una injusticia. Es una lágrima amarga más cuando sucede en las narices de un continente que se vanagloria de la defensa de los derechos humanos. Una precaria embarcación que venía con más de doscientos inmigrantes casi al ras del agua se quemaba y las personas ante el peligro inminente se arrojaron desesperadamente al mar y, obviamente, en su mayoría fallecieron. Encontraron a la parca en esas frías aguas del mar Mediterráneo (el gobierno italiano reconocía la nacionalidad a los fallecidos pero a los sobrevivientes les han iniciado procesos de expulsión). Este mar es el cementerio natural de muchas voces que no pueden llegar a su destino. Los buzos todavía siguen rescatando los cuerpos de los fallecidos que están apiñados en la barca hundida. A pesar de este luctuoso accidente las pateras con personas desde África (así las denominan a estas embarcaciones en España) han continuado llegando a las costas europeas. Estas personas acarician el sueño europeo y estas tierras cada vez están blindadas legalmente [la extrema derecha que cada día crece más y el comportamiento de los gobiernos desdicen mucho de respetar los derechos humanos de cara a la inmigración, está mutilando el acceso a la salud y la educación]. El muro de la legalidad cada día se hace más alto, más costoso y más difícil. Hace unas semanas personas de origen subsahariano en Marruecos asaltaron la valla [la valla en la frontera no está edificada solamente en los Estados Unidos, aquí en España también la hay pero lo se murmulla] para ingresar a la fuerza al territorio español. Es un gesto desesperado que muestra cómo anda este planeta que dicen que es azul.