Nuevamente el viejo aeropuerto

El llamado aeropuerto viejo es un estorbo monumental. Desde hace tiempo, ante el crecimiento de la ciudad, está demás, sobra. No debería ya seguir allí, incomodando a toda la urbe, permitiendo rodeos y vueltas  para esquivarlo todos los días, las noches. Hasta hace poco, solo interrumpía el tránsito vehicular como una valla indeseable. Hoy las cosas han empeorado. Ningún ciudadano de a pie, nadie andando,  puede atravesar ese lugar  por alguna de las entradas casi disimuladas que deja su muro perimétrico. Para sorpresa de tantos,  ese lugar anticuado se ha convertido en un flamante almacén.  Como lo leen, señores (as) lectores (as). No es la primera vez que nos ocupamos de ese lugar equivocado. Y no porque estorba.  

La vez pasada lo hicimos, pensando en los maltratos diarios al ciudadano del común, gracias al almacenamiento repentino. Se nos respondió que el lugar había sido concedido a la empresa afortunada por convenio como una manera de apoyar una obra importante. Nos parece muy bien que los señores del aire, los gallardos voladores, los admirados avioneros,  participen activamente  en la mejora de las condiciones de vida de esta urbe militarizada. Nada tenemos contra ello. Pero nos parece que tanta camaradería gratis, tanto colaboracionismo desinteresado, es dudoso.  Por una razón muy simple: la citada empresa cobra sus buenos millones por esa obra. No trabaja por filantropía, como una donación o un regalo pascual.

¿De dónde, de qué  altura,  vino el permiso para que una instalación militar fuera prestada  como centro de acopio de materiales variados? ¿Quién en su sano juicio puede ceder un lugar bélico para que sirva de almacén a empresarios civiles y todavía de otro país? ¿Se podría prestar por algún tiempo a cualquier persona el lugar de la guardia, el sitio de las armas?  ¿Qué dice a la letra el famoso convenio firmado entre los altos mandos uniformados y los altos mandos empresariales?

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