Contra la barbarie, por Jorge Nájar Kokally:
La referencia a distintos personajes amazónicos de la novela La Casa verde, de Mario Vargas Llosa, se convierte para Jorge Nájar en la puerta para ingresar al complejo y traumático mundo selvático. El autor del libro de crónicas, que recientemente publicó editora Tierra Nueva, enlaza así escritura y realidad para tratar de entender mejor la violencia sangrienta que estalló hace poco en Bagua. La escritura entonces a nosotros nos puede servir para graficar la presencia de la violencia que está en la médula misma de la Amazonía colonial. En 1500 el ingreso del navegante Vicente Yáñez Pinzón a la desembocadura del portentoso río, significó la muerte de algunos naturales y el secuestro de muchos. Poco después, el desquiciado y ambicioso Gonzalo Pizarro, cometió el primer genocidio en el bosque al ordenar a sus perros asesinos que mataran a innumerables indígenas.
En 1550, el ya citado cronista amazónico, Juan de Alvarado, escribe el nombre del primer ajusticiado en el bosque. Era Cayo Túpac, un varón andino que servía a las huestes incaicas. El estallido de la violencia inicial en el bosque fue obra de Francisco Pizarro. Después de la captura de Atahualpa, el citado ordenó a sus servidores que tomaran prisionero al cacique Huamán, líder de una parcialidad de los Chachapoyas. Los sucesos a partir de allí se aceleraron. Aconteció el conflicto entre el marqués y Diego de Almagro, ocurrió el alzamiento de Manco Inca y los moradores de Chachapoyas se levantaron en armas a favor de los castellanos y contra los efectivos incaicos. En esa compleja trama sucedió la incursión del citado Cayo Túpac. Este, junto con otros guerreros andinos, fue tomado prisionero por las huestes de Huamán. Luego de un rápido juicio, el referido fue sentenciado a ser quemado vivo. Entonces la violencia fue ejercida desde adentro, desde la razón de los oriundos, desde la visión de la aldea.
El fuego justiciero de los Chachapoyas de aquel tiempo ardió desde entonces, ampliando el espectro de la violencia. Desde ese punto de vista histórico, los sucesos de Bagua solo son una gota de agua en un mar tenebroso. La primera crónica del libro del poeta y narrador pucallpino va más lejos y hace que esa violencia se remonte a tiempos bíblicos, al homicidio de Caín. La violencia inherente a la raza humana en general. Luego en el escrito Las raíces de la violencia Najar se refiere a las primeras entradas andinas guiadas por la misma codicia que cegó a los españoles. En esas crónicas iniciales hay algo importante y decisivo: la opción por los pobres y los marginados. Así el autor asume el primer clamor de justicia en el bosque lanzado hace 472 años por el cronista Juan de Alvarado. Ese clamor es la clave mayor del libro Contra la barbarie. Ese clamor está presente, oculto entre líneas o evidenciado, en todas las crónicas que pueblan la obra. ¿Es el exilo una ventana para ver mejor? Al parecer, sí, si es que nos atenemos al manejo de diversas fuentes de Nájar, a la referencia a distintos episodios históricos, a la visión del presente. La distancia no le ha separado del lar oriundo, de la aldea primigenia.
El autor se involucra raigalmente con hechos y personajes selváticos, actúa como un testigo que apela a la memoria y a la propia experiencia. Es un cronista que ausculta las obras del pasado, está atento a los sucesos del presente y describe las aventuras de algunos viajes que emprendió a lo largo y ancho del bosque. La barbarie no se ha detenido. Muy por el contrario, también se ha modernizado. El autor entonces busca la opción contraria al horror en la mención a acciones que parten de la iniciativa de los oriundos, indios o mestizos. No le basta referirse a esas acciones, anhela algo más sólido. Ello aparece a partir de la reseña de la trilogía El insomnio del perezoso, de Miguel Donayre Pinedo, A partir de allí hay una quiebra en el libro, hay el boceto de una propuesta cuestionadora y liberadora que no apela ni a la acción política ni al ejercicio de la violencia como abono del porvenir.
En la crónica Contra la barbarie Najar acuña una frase fundamental: “Más poesía para luchar contra la barbarie”, página 199. De esa manera el autor opta por la creación literaria, y artística, para oponerse al horror, para de alguna manera detener los ímpetus de la destrucción del espacio fluvial y frondoso. En el libro entonces aparecen autores y obras amazónicas como una evidencia de que esa batalla está aconteciendo. Es una batalla que Ciro Alegría había advertido o mencionado en otro contexto. Los libros entonces adquieren otro rango, se elevan ante nuestros ojos y adquieren un sentido de combate permanente.