El autor del artículo en abril del 2013 en La Hoyada, Ayacucho.

En verdad no quería visitar el Museo de la Memoria. El Lugar de la Memoria. Habré pasado cientos de veces por la zona. En más de una oportunidad, me insinuaron que ingresáramos a esa mole en el distrito de Miraflores. Hasta que la noche del lunes me topé con la noticia de la muerte de Angélica Mendoza de Ascarza, MamáAngélica. La mañana siguiente decidí ir y, tal como presumía, mi cuerpo se escarapeló, mi mente se nubló y, tuve que contener las lágrimas para digerir que todo eso había pasado en mi país hace poco más de 30 años. Nos matamos inmisericordemente.

La exposición permanente es una ampliación gráfica del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional. En ella se muestra los horrores de la guerra terrorista. Los errores, también. Apelando a la tecnología el visitante puede ver y escuchar los testimonios de quienes sufrieron, estudiaron y protagonizaron ese conflicto que, se estima, provocó más de 30 mil muertes. Por una de las salas, casi al rincón, pude ver a MamáAngélica viva y vivaz. Sus ojos iluminados y su rostro con las rendijas que pone el tiempo contando cómo llevaron a su hijo la madrugada del 3 de julio de 1983 y nunca más volvió a verlo. Ni siquiera su cadáver. Allá por abril del 2013 esa misma mujer nos recibió en lo que fue –treinta años antes- el cuartel “Los cabitos” en Ayacucho y casi de la mano nos mostró el museo que había construido en esa ciudad para evidenciar que en esa guerra todos perdimos. Tanto en Ayacucho ese abril como en el Museo de la Memoria este agosto percibo un olor a sangre derramada, sangre seca, balas, botas. El horror, pues. Con los testimonios de presos inocentes y mujeres que se sobrepusieron a la maldad.

Si suena exagerado, no tengo palabras para contradecirlo. Pero después de recorrer esa exposición permanente uno ya no es el mismo. No puede ser el mismo. No. Y en esa exageración temo que no hemos aprendido la lección. Esas muertes han servido de poco. Esos desaparecidos se han ido con su candor juvenil a otros lados. Y pienso en Lima, Ayacucho. En Lima tuvieron su drama, pues era dramático los coches bombas, los túneles para torturas. En Ayacucho padecieron el horror con detenciones extrajudiciales cuyas víctimas iban a quemarse en los “hornos” en La Hoyada. Pienso en todo el país. No hemos aprendido la lección. No aprenderemos la lección.

Esa exposición permanente debería recorrer el país. Anclar en Ayacucho y expandirse por toda la Sierra. Que los que sobrevivimos a esa guerra recordemos lo que vivimos. Que los jóvenes interioricen lo que fue nuestro país en el pasado reciente. Que miremos a los demás países que teniendo mayores y peores guerras supieron sobreponerse. Miles de pensamientos se entrecruzan en mi mente mientras me retiro del Lugar de la Memoria y un agente de seguridad intenta impedirme que grabe videos aduciendo que está prohibido. Le miro y al notar mi rostro de tristeza y rabia opta por retirarse. No vamos a aprender la lección, pienso.