Navidad condenada 

El destino de alcantarilla es otro de nuestros rostros mal que nos pese. Con o sin orientales abusadores. En ese subterráneo celebramos este año otra navidad.  El feriado debería ser de recogimiento espiritual o de meditación sobre nuestros actos, pero todo el mundo se prepara para un surtido banquete, para beber a pico de botella y para bailar sin descanso como si todo el año no hubiera hecho lo mismo.  Entre tanto, en este fin de año, algunas cosas suben sin decir agua va. La gasolina, por ejemplo. El  pasaje microbusero, para variar. Otros artículos amenazan con incrementarse. El voraz consumismo de siempre hace de las suyas lejos del panetón  en la mesa, de la taza de chocolate para el pobre, de  la noche de paz, del sentido villancico. A nivel nacional, este diciembre incrementó los accidentes de tránsito.

Entre nos, las cosas son peores. La tecnología del asalto se ha vuelto descarada. No nos referimos solo a la lavandería colectiva del dinero mal habido, al avance de los sembríos de coca y otros hechos.  El reciente asalto al Banco de Comercio en pleno día, a la hora del almuerzo, antes de la siesta, indica que en diciembre la ciudad ha entrado a la modernidad del hampa, al primer mundo de la delincuencia. La hora y el momento del robo nada tienen que ver con la noche. A partir de ese desastre navideño y de fin de año cualquier cosa puede ocurrir. 

Suceder, por ejemplo, que en plena suculenta cena pascual toda la familia sea asaltada por una banda dedicada a la gastronomía. Asaltada y maltratada solo por el hecho de comer. Estamos en esta navidad en tierra de nadie, en el oeste donde reina el más  fuerte y el que va armado, en el mundo de una violencia inusitada. ¿Y la noche de paz y de amor, la noche del encuentro familiar, la noche feliz de todos y todas?