Hay unas palabras de Z. Bauman que son el epítome de la sociedad de esta parte del mundo, estamos generando personas que cuando miran no ven. Casi todos y todas están centrados en sus móviles mandando mensajes, jugando con las aplicaciones que se han bajado, simulando que hablamos con el móvil (celular) y en realidad al otro lado de la línea no hay nadie. Es la soledad pura y dura. Cuando usan el móvil lo hacen caminando, cuando están el transporte público, en el avión, cuando estás de visita y sin ningún pudor y delante de ti se ponen al móvil. Ellos y ellas metidos en su burbuja digital, el resto les importa una guayaba. Parecen que te miran pero en realidad no te miran, están a su aire. Están como abstraídos, fuera de sí. Hace poco en el metro me topé con una circunstancia que revelaba mucho esta situación. Una persona sentada en uno de los asientos del metro, parecía muy callado y sumergido en sus urgencias personales. Llevaba unos audífonos (pinganillos) puestos de un momento a otro la quietud se interrumpió porque él, presumible y modoso ciudadano, irrumpió y se puso a cantar sin importar lo que estábamos a su alrededor. También hay que decirlo que el pata antes de cantar, bramaba. Era un dolor a los oídos pero tampoco atinábamos a decirle que se callara de una puñetera vez. Pero él hala ahí, cantando a boca suelta. Los pasajeros nos quedamos mirando y no dábamos crédito a lo que sucedía. Luego de unos segundos levantamos los hombros en señal de resignación y seguimos con nuestro guión, de cuando en cuando se entrometía la voz desentonada del improvisado cantante de marras. Pareciera que este mundo cada vez más digitalizado está creando personas que tienen disfrute (y goce elevada a la enésima potencia) propio sin importar sí al resto lo pueda incomodar o no. Es la ciudadanía con visión túnel.

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