En una patriótica sesión de directorio la empresa Petroperú decidió ponerse a la altura de los tiempos de lucha y, en un acto de nobleza, bajó los altos sueldos de su famosa y nunca bien ponderada planilla dorada. Los asesores externos e internos, los elevados funcionarios que cobraban a manos llenas y demás servidores de lujo que se llevaban la parte del león estuvieron de acuerdo con ese recorte. Golpeándose sus pechos y soltando algunas lágrimas de arrepentimiento, recomendaron que el dinero que antes recibían fuera donado como una regalía de último momento a algunas entidades de la región Loreto. Inclusive, se comprometieron a hacer una bolsa de emergencia con algo de sus sueldos disminuidos para que sean entregadas a las gentes de menos recursos.
De esa manera el canon petrolero se incrementó con varios ceros, impidiendo que faltara el dinero para la inversión en rubros productivos, como el pago a trabajadores y permitiendo que se abrieran otros caminos del progreso como la compra de semáforos inteligentes. El ejemplo cundió en la región y otras entidades públicas y privadas también bajaron sus exagerados sueldos. Ese dinero que antes se gastaba en unas cuantas personas fue donado a los municipios de Loreto. Era tanta la generosidad que por entonces se desató que muchos empresarios dejaron de cobrar el reintegro tributario y lo donaron al asilo de ancianos.
En medio de esas manifestaciones de entrega desinteresada a los demás, de desprendimiento ejemplar, la lucha oficialista encontró su verdadero cauce. No se trataba de un salto al vacío, de una terquería sin destino. Era una oportunidad para que los demás cambien de actitud, dejen sus avaricias y se vuelvan mansos y buenos. En ese escenario de caridad extremado no faltaron valerosos voluntarios que hasta renunciaron a sus magros sueldos para que fueran invertidos en el progreso de la región.