La esclavitud en los predios del bosque amazónico tiene larga data. Se remonta a tiempos prehispánicos cuando ciertos oriundos atrapaban a enemigos declarados para luego someterlos a trabajos forzados. Esa oprobiosa costumbre se extendió en la era colonial cuando gobernadores y misioneros usaban el poder para esclavizar a los nativos. Esas labores entonces generaron excedentes que engrosaron arcas equívocas.
El esclavismo se volvió feroz en el momento de la explotación cauchera. Miles de indígenas fueron obligados por los patrones a trabajar en condiciones infrahumanas a cambio de una paga mezquina. La riqueza que generó ese recurso estaba, pues, teñida de sangre. La esclavitud debió desaparecer hace tiempo. Pero no es así.En el presente, en la fronda brasileña, la Policía Federal acaba de liberar a 225 personas que trabajaban como esclavos en haciendas del Estado de Pará. Estos esclavos laboraban en condiciones lamentables, sin horarios definidos, sin equipos de seguridad y vivían hacinados en ámbitos insalubres y de precarias condiciones. Desde esas viviendas se dedicaban al cultivo del aceite de palma y de soya.
Lo sorprendente del asunto brutal es que en el Brasil la esclavitud es una costumbre. El año pasado, por ejemplo, fueron rescatadas 2575 personas maltratadas por el trabajo servil. Y en estos tiempos, todavía. En la Amazonía del Perú la esclavitud parece haber desaparecido. Decimos eso porque se desconocen denuncias sobre esa modalidad forzada. Pero suponemos que en cualquier parte se desarrolla una forma de esclavitud que es la paga de bajos salarios a diferentes servidores.
Otra cosa son las explotaciones que ocurren entre los que se dedican a la minería ilegal, a la tala indiscriminada, la trata de personas y a otros oficios fuera de la ley. A estas alturas conviene ejecutar una labor de investigación para detectar casos de esclavitud laboral en el territorio frondoso de este país.