ESCRIBE: Percy Vílchez Vela
*El referido autor tiene 10 años y escribe mejor que tanto adulto atrevido que redacta tonterías que luego mete en los salones, suponiendo que eso es literatura infantil o adolescente.
El trepidante y aparatoso Victor Hugo era un optimista medio palteado. Consideró, por ejemplo, que el vuelo de los aviones iba a traer la felicidad universal. Esos aparatos voladores no trajeron ninguna dicha. Simplemente acortaron las distancias y crearon los accidentes volantes. El memorioso Alfonso Navarro Cauper era un poco ingenuo cuando de inventos se trataba y reventó en elogios cuando arribó a Iquitos la luz eléctrica. Y poco después aparecieron los apagones. Más tarde no faltaron los electrocutados.
El engaño de los grandes inventos, el embuste de los adelantos tecnológicos, es el tema del cuento Mike y el reloj del tiempo, del niño Mattew Dereck Tuesta Lazo. En síntesis rápida, diremos que el personaje central encuentra un reloj sofisticado que le traslada al futuro. Así de simple. Gracias a un mecanismo secreto y posible el ser de letras abandona su presente y se adelanta a su tiempo. Todo sería emocionante y maravilloso si ese porvenir fuera un verdadero progreso, una real mejora de las condiciones de vida. Pero es un retroceso, una incursión en el desastre.
En vez de ponerse a llorar o de esperar la calamidad que se viene con las mandíbulas apretadas, el personaje busca la manera de alterar ese futuro, lejos de los oropeles difundidos por los que mandan, de las mentiras que circulan sin cesar, de las promesas de un mañana mejor para todos que no llega nunca. El reloj prodigioso deja de ser importante y de todas maneras se convierte en un trasto inútil.
A lo largo de la historia hemos sido demasiado cándidos ante lo novedoso, lo forastero. O excesivamente optimistas como ese plumífero que pensó que el porvenir iquiteño era posible cuando se instaló una moderna fábrica de chorizos en serie. O como ese otro escribano que soñó con el porvenir asegurado cuando corría la noticia de que el multimillonario Henry Ford venia a instalar una fábrica en la isla. El magnate nunca visitó Iquitos y se acabó la broma. El autor nos dice que el progreso no nos vendrá desde afuera. El futuro tiene que ser una creación heroica.
El referido autor tiene 10 años y escribe mejor que tanto adulto atrevido que redacta tonterías que luego mete en los salones, suponiendo que eso es literatura infantil o adolescente. Ahora un narrador de pocos años les dice a esos contrabandistas que han creado el pernicioso último lugar en comprensión de texto, cómo hay que escribir. No hay que olvidar, sin embargo, que en toda la historia literaria latinoamericana el único niño que fue de verdad un poeta fue Ruben Darío. El inventor del Modernismo publicó a los13 años. El resto de infantes que publicaron temprano se extraviaron en los arduos caminos de la vida. Por eso, con palabras del grande Jorge Luis Borges, que siempre lamentó haber publicado tan pronto, a los 24 años, le decimos al cuentista infantil loretano que no se apresure en publicar, que más se esmere en mejorar su propios logros iniciales. Lo demás vendrá por su propio peso.