La brújula de este viaje en el tiempo nos indica que cada día andamos desnortados. Estas mañanas observo y leo en los diarios la referencia al holocausto o al genocidio nazi en los campos de concentración sobre la población judía. Las imágenes y testimonios de los sobrevivientes y muertos son desgarradoras. Nos sumergen en una infinita soledad de lo que podemos hacer los seres humanos con otros seres semejantes (las guerras mundiales, la hambruna, los programas de ajuste estructural, las deslocalizaciones entre otras situaciones acosan la dignidad humana). Nacimos un día en que dios estuvo enfermo decía el vate de Santiago de Chuco. Pero parece que el natalicio sigue con el mismo defecto al mirar lo que hacemos los humanos.  Esos campos de concentración fueron la excepción a todo. Allí la legalidad hincó la rodilla, un caso actual de esta excepción sería el caso de agujeros negros como Guantánamo entre otros. Es más, sobre el holocausto y sus consecuencias hay ríos de tinta y se llenan librerías, y me parece con justa razón, que no debemos olvidarlo. Es por eso que no queda nada claro, con esos antecedentes de dolor y muerte, el comportamiento desproporcionado de los militares israelíes con sus vecinos palestinos (que hasta los niños pagan el pato de la estupidez bélica). En Europa y otros países se recuerda a esa tragedia de la humanidad pero olvidan, con gran facilidad, lo que está sucediendo en el presente con las migraciones masivas de personas que huyen de la guerra y que intentan cruzar océanos para llegar a las costas griegas. Y los alojan en los campos de refugiados que se han convertido en un gran limbo de la legalidad internacional y de derechos humanos. Todo el derecho de asilo, de gran raíz europea, ha sido tirado al traste por los gobiernos de la UE y de su sociedad que mira con silencio y sin protestar lo que está sucediendo. Se nos han apagado las luces.