ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Ya casi nadie recuerda mayo del 68. Y pocos son los que hablan de las Madres de Plaza de Mayo. Acontecimientos y protagonistas que nunca deberíamos perder de vista. En cualquier parte del planeta. Pero si las protestas de aquel 1968 iniciadas contra lo que ya se llamaba la sociedad de consumo hicieron temblar los cimientos nada débiles del gobierno de Charles de Gaulle hay que reconocer y destacar que en la misma Europa por estos días aún suena lo que también podría llamarse una protesta contra la sociedad de consumo político liderada inicialmente por Podemos y que al parecer será reemplazada por Ciudadanos. Igual que los plantones de las madres argentinas que reclamaban al gobierno de Rafael Videla la aparición de los hijos detenidos y que nunca volvieron a ver podría ser comparada con la intención de los padres de los estudiantes desaparecidos en Iguala, conocido como el caso Ayotzinapa, o la lucha que por más de tres décadas libra desde Ayacucho Mamangélica junto con familiares de quienes un mal día fueron secuestrados por criminales y nunca más regresaron.

Todas esas luchas fueron libradas por y para los jóvenes. Ya sea por la pretensión de una sociedad mejor o una que respete los derechos humanos que debería ser una característica de la primera. Ya sea desde las veredas de París, las callejuelas bonaerenses o, si prefieren, desde los basurales igualaneses o los angostos pedregales ayacuchanos siempre hay un motivo para exigir justicia precisamente porque ella no existe. De alguna forma, con todos sus resquicios y divisiones alentadas y atacadas por Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias o Albert Rivera allá en España, debería servir para que en Iquitos despierte una juventud que en la vanguardia de la protesta se enfrente al sistema obsoleto no solo de la sociedad sino de los partidos. Y eso, lamentablemente, no se da y ni siquiera asoma como una posibilidad.

Y eso sucede en gran medida porque los jóvenes están a la espera de espacios cuando deberían cubrirlos y ni siquiera pedirlos. Pero temo que con el recambio de autoridades ni siquiera eso sea posible. Solo basta mirar el escenario mediático, desde la distancia es verdad. Pero quizás por ello con mayor objetividad y claridad.

No es posible que el debate en la tierra sea protagonizado por actores que salieron a la luz allá por la década del 80 del siglo pasado y que, alejados de convicciones, defienden intereses personalísimos. O que los jóvenes ingresados a la política regional tengan el perfil inevitable de defender a los sujetos y no lo sustantivo. Que vayan por el mundo gritando lealtades a unos y matando esas mismas lealtades contra otros ya es una mediocridad insoportable. Ya en el gremio sindical, ya en los partidos políticos, ya en el oficio mediático, ya en la administración pública es necesario un recambio. No aceptado por quienes están en esas posiciones sino exigido por quienes tienen el derecho hasta de equivocarse. Así está este mayo del 2015, presagio de una campaña electoral donde los loretanos conoceremos a quienes desean representarnos en el Congreso de la República. Ni más ni menos.

Mientras tanto la capital loretana –que unos llaman romántica y torpemente Isla Bonita y otros, como Miguel Donayre, llaman con igual romanticismo y perfil literario Isla Grande- ay, sigue en el charco de la discusión estéril en este mayo que recuerda al de 1968.