Días antes del planificado viaje tuve que ir a urgencias por un problema muscular. Los años y el tenis me han pasado factura. Era un incordio. Así con ese dolor muscular me enfrenté al viaje. Esta vez era Marrakech, antes había estado en Tánger tras las huellas dactilares de un judío que emigró a la Amazonía desde este puerto con mucha historia de por medio y el pasmoso viaje hasta perderse en la floresta. En ese mismo contexto de búsqueda elegimos Marrakech. En esta ciudad hace unas semanas se había firmado un tratado sobre las migraciones que está en la agenda mundial y con mucha carga xenófoba de gobiernos como Estados Unidos de América, Italia o Brasil de Bolsonaro entre otros. De paso el viaje nos servía para huir de la monótona y la batahola de la vida política en esta parte de la península. En Marrakech hay un marchamo judío que me interesaba hurgar. Mientras preparaba el viaje escuchaba las canciones en sefardí de Mara Aranda, las pueden visionar por Youtube, me parece que nos envuelve en una atmósfera muy oportuna de esos lugares del desierto. También habíamos previsto ir al puerto de Essaouira, importante lugar de cruce de caminos de viajeros. Desde el aire la ciudad parece de color rojo/naranja rodeado de colinas y tierras color hueso. Al fondo está la cordillera del Atlas, realmente imponente y que refuerza el paisaje de la ciudad. De camino al hotel se puede ver que lo que más sobresalen son las torres de las mezquitas. Poco a poco el paisaje marroquí nos iba envolviendo. Nos hospedamos en una Riad – cuyo diseño arquitectónico tiene un patio interior con zonas comunes y alrededor de cuatro a cinco habitaciones- que quedaba en la misma Medina que tiene su encanto, es un buen aguafuerte del viaje. Allí en ese gran mercado te cruzas con motociclistas, carros tirados por burros, hombres y mujeres de a pie. Una gran babel. El comercio gira alrededor de este lugar. En flash back me venía el recuerdo del mercado de Belén en Isla Grande, allí como aquí se gesta la vida de la ciudad. Nos esperaba Luc, un expolicía francés que vive regentando esta apacible Riad me recordaba a los policías narrados por Jorge Nájar en las primeras páginas de la novela “El alucinado”. El té que nos ofreció mojó el recuerdo de las arenas de El Aaiun donde estuvimos hace unos años atrás. Dejamos los talegos y llegamos a la gran Plaza Djemaa el Fna, hay un enorme caudal de vendedores. Había unos hombres que tocaban una especie de corneta para encandilar a las cobras y pitones, optamos mirarlas de lejos. Allí bulle todo. Con la fatiga del viaje nos enrumbamos a un hamman – son baños donde te liman el cuerpo y dan masajes que reponen el maltrecho cuerpo. Es todo una experiencia y descubrimiento.