¿Mano dura?

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Dentro del ADN perulero [¿solo peruano?] habita y vive como un rey o una reina el autoritarismo. Está a sus anchas y acuñado en las carnes. Camina como Pedro por su casa. Se siente muy arropado y bendecido. Es más, encandila a periodistas [como de este diario] y a un grueso sector de la población. Pero ¿Es esto válido para enseñar o educar? O ¿aplaudir desde un medio de comunicación? Hace unos años estuve en Guatemala, Quetzaltenango, y uno de los candidatos a la presidencia de la República sostenía como lema de campaña: “mano dura, cabeza y corazón”. En un país donde el Estado está a unos centímetros de ser calificado un Estado fallido, donde todavía hay rezagos de fractura de la guerra interna que vivió el país y este santo varón proclamaba a los cuatro vientos la mano dura [por cierto, es el actual presidente de Guatemala]. Me parece que es el peor camino que se puede tomar para las decisiones y más cuando hay personas de por medio, provoca repelús. Esta política de mano dura emerge como mano de santo a raíz del triunfo reciente de la selección peruana de vóley y de su entrenadora, Natalia Málaga. Cuando escucho las loas a ese tipo de conducta, en flash back, imagino la gramática emocional de esas personas, lo mismo se sugería uno de los personajes en “El Gran Gatsby”. Su historia personal [de carencias afectivas] corre y arrasa como un caudaloso río que desemboca en eso de la mano dura. Así no. La pedagogía moderna descarta ese tipo de actitudes para enseñar por qué arrincona el diálogo como elemento primordial y liberador para el entendimiento entre seres humanos. Escuchar lo que dijo el pedorro héroe catalán Guardiola a sus cerriles jugadores el primer día de chamba, de acuerdo a cierta información de prensa, dan ganas de regurgitar. Provoca hilaridad como la política de mano dura. No es el mejor camino.