Mi madre nació hace 75 años en una isla que fue engullida por el río Amazonas. Ella ahora no tiene terruño pero sí cantidades de agua en su memoria locativa. Casi cincuenta y pocos hemos vivido con ella. Mientras mi padre se llena de proyectos y planes en la cabeza, mi madre en sentido contrario, es cautela a veces con gramos de pesimismo/hiperrealismo (me parece que los hijos hemos heredado algo de eso), pone los paños fríos a la febril actividad de mi padre que no se detiene ni cuando duerme. En mi memoria de la infancia, la recuerdo primero en las fotografías, embalando los bártulos familiares por las mudanzas de un lado a otro de Perú y las memorables comidas que ella preparaba. Me trae el recurso una foto de ella en una piscina que quedaba por la actual comisaría de Punchada. Allí nadó el emblemático Tananta, un nadador amazónico que en mi infancia (atizado por mi padre) adquiría una dimensión mítica de sus proezas a nado. Quería ser como él, un pez en el agua. O la foto donde era retratada con el equipo de baloncesto donde ella jugaba. Muy joven y guapa. Las mudanzas han sido una constante en la familia. Un sello de identidad. Bueno, seguimos hasta ahora. El que es más arraigado es mi hermano. Pero el resto del clan familiar somos itinerantes. Y la previa a esos viajes recuerdo a Melita, mi madre, expurgando las cosas que llevaremos de un lugar a otro. En uno de esos viajes, creo que de Pisco a Lima perdí el primer cuento infantil que había escrito. Moverse de un sitio para otro es una tarea hercúlea pero ella lo hacía muy sencillo, no nos enterábamos de lo duro que era llevar los trastos de un lado para otro, es una agonía. Los costes de esos viajes es que amigos de infancia los tengo muy pocos, es una lista muy corta. Entre la fotografía y viajes emergen las comidas familiares que era uno de sus fuertes. En mi memoria borrosa recuerdo una torta con futbolistas, se escenificaba un clásico del fútbol peruano (todavía, creo, no había aflorado mi vena victoriana). Los caldos deliciosos cuando cogíamos una gripe, me levantaban. Así entre las brumas han pasado 75 años. Esperamos seguir disfrutando de sus ironías y punzantes alabardas, otras de sus cualidades, muchas más.

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