Quién diría que a esta edad he cogido la costumbre de volar, a veces sin explicación y motivo. No sólo eso. Las charlas más divertidas –a veces, absurdamente, con las manos en los asientos para no caerse- las he tenido a diez mil pies de altura. Una de ellas ha sido con Lula, esa hermana que llegó en el tercer lugar de un matrimonio que engendró y crió a siete sucesores.
A Lula, le encanta celebrar su cumpleaños. Una de las celebraciones que recuerdo es la de 1980. Estaría por cumplir los quince más o menos y ella se quejaba porque regía la ley seca dos días antes y dos días después de la fecha de las elecciones donde había ganado por amplia mayoría el arquitecto Fernando Belaunde Terry. No hubo celebración, por supuesto. No sólo por la estrechez económica de la casa sino porque todavía se tenía temor de ser arrestado por la Policía. Así que ella se guardó la celebración para otros años.
En este 2017 me hice la promesa de abrazarla en la celebración, esté donde esté. ¿Y por qué quiero abrazarla y susurrarle al oído, talvez con algunas tibias lágrimas recorriendo mi mejilla y mojando su pelo suelto, lo demasiado que la aprecio, amo e idolatro? Ensayemos una explicación.
Fue la primera en llevarme a pasear en moto, cuando a la casa de la Putumayo llegaba el pretendiente de una tía que tenía una “Suzuki” azul para hombres, con embrague y patada durísima y ella con argumentos irrebatibles le convencía de entregarle el vehículo para darse una vuelta. Antes que arrancara ya me tenía sentado como un primate listo para la complicidad motorizada. Era extraño verla manejar, sobretodo un modelo varonil. Cómo no admirar a una persona así.
Jugaba vóley y básquet con la dedicación y ganas de ganar que no todas las deportistas tienen. Y ganaba. Y jugaba al equipo de Liga y a la selección del Colegio Rosa Agustina, en una época que el coliseo se llenaba en las noches. Ahí estaba ella, sudorosa y triunfadora. Agotada pero revitalizada. Triunfadora pero calmada. Extasiada pero jovialísima. No sólo jugaba, que ya era mucho decir, sino que alentaba a sus compañeras y, de lejitos, yo la veía con el pecho hendido porque veía en ella lo que con los años se ha convertido: una lideresa. Cómo no admirar a una persona así.
No terminaba la Secundaria y ya se había matriculado en un instituto superior. No concluía esa educación superior y ya practicaba en una empresa inmensa. Trabajaba y estudiaba, desde pequeña. En la artesanal empresa familiar y en las compañías que estaban por el vecindario. Trabajaba para que otros estudien, además. Desde muy pequeña ha sido emprendedora. Motivadora de sus empresas y de quienes están a su alrededor.
Cuando le propusieron ser pionera en la comercialización de un producto de belleza, con las dubitaciones habituales, se entregó en cuerpo y alma a desarrollar un sistema de ventas donde la adrenalina brotaba cotidianamente. A pesar de sus temores y del salto al vacío que siempre todo proyecto representa, marcó el éxito que otras han continuado. Obtuvo viajes, autos, premios a su esfuerzo porque siempre ha tenido como norte que las comodidades se logra con ciertas incomodidades. Su esfuerzo no tenía horarios y cada vez que podía se las ingeniaba para disfrutar con sus seres queridos las banalidades necesarias de la vida. Cómo no admirar a una persona así.
No exagero cuando digo que su biografía está llena de bondad y desprendimiento. De los seis hermanos que tiene no hay ninguno que pueda decir que no ha saboreado su bondad y desprendimiento. Seguro que en este cumpleaños recibiría el saludo de Pier Luigi e Irina Alexandra, sus dos hijos, a quienes les ha inculcado en todo momento los valores que han regido su vida profesional y personal: respeto y perseverancia.
Y vamos a celebrarlo coreando “Flor de retama”, como en esos años donde ella me reprendía por irme por el lado opuesto a lo que ella deseaba, políticamente hablando. Porque la vida, siendo una que se la pasa en comunidad, siempre deja resquicios para la individualidad. Y en ambas cosas, Lula es un ejemplo a seguir. La idolatro, sí. La admiro, también. La agradezco, más todavía. Y todo lo que pueda hacer por ella será mínimo si la comparo a todo lo que ella ha hecho por mi y sus seres queridos.
Todo esto me ha venido a la memoria hoy y ese vuelo a Lima donde coincidimos hace algunos meses ha servido para conversar de la vida, de los suyos y los nuestros y saber que, como en las rutas aéreas, las turbulencias pasan, lo que queda es la estructura, eso nadie puede destruir. Lula era, es y será así: triunfadora.