En el inventario de bienes que las autoridades hicieron después de la muerte de Pablo Escobar (1949-1993) faltó algo. Los cuatro hipopótamos que el líder del cartel de Medellín ordenó llevar a su hacienda Nápoles sacaron sus cabezas del agua cuando la Dirección nacional de estupefacientes ya había hecho la incautación. “Decomisaron todo lo de Escobar, se llevaron todos sus animales [jirafas, rinocerontes] menos esos. Una especie invasora, que entró de forma ilegal al país y que representa un peligro para la biodiversidad colombiana”, explica Carlos Mario Zuluaga, director de la Corporación Autónoma Regional de las cuencas de los ríos Negro y Nare (Cornare).

Zuluaga intenta argumentar por qué desde hace un par de años esa autoridad ambiental pide a gritos que los ayuden a sacar a los hipopótamos de las cercanías del municipio antioqueño Doradal. Allí se han acomodado y reproducido. Dicen que hay 50, pero podrían ser más. Es difícil contarlos. “No son vacas, no podemos acercarnos, son animales salvajes, que están en estado silvestre”, dice el director de Cornare, la entidad que se ha echado encima la carga de cuidar a los hipopótamos y ser la voz que responde a las quejas de pescadores y agentes de turismo que lamentan la presencia de los animales porque, según ellos, limita sus labores.

Este año esperan reubicar al menos a seis de estos mamíferos en zoológicos de la región. Todavía están en trámites y prefieren no decir a qué países irían, pero insisten en que es necesario trasladar la mayor cantidad posible. “Son un riesgo para la población ribereña. No podemos esperar a que ocurra una tragedia”, reitera Zuluaga, que recuerda que los primeros de estos mamíferos originarios de África llegaron a Antioquia desde Estados Unidos por orden de Escobar.