Para la celebración de la bulliciosa fiesta de fin de año del 2015, los enardecidos iquitenses no solo buscaron donde cenar opíparamente, donde vacilarse hasta las últimas consecuencias bebiendo como condenados a muerte. También decidieron vengarse utilizando los desperdicios de siempre y de costumbre. En ese momento celebratorio los desperdicios parecían haberse desbordado y estaban por todas partes, estorbando el paso y despidiendo malos olores. En el feriado nadie procedía a realizar la limpieza y todo parecía la imitación del infierno tan temido. Así que cada ciudadano, por su cuenta y riesgo, se dedicó con rabia a construir muñecos que serían quemados en la hora indicada.
Mientras corrían las horas, los ciudadanos juntaron algo de la basura circundante, escogieron entre los cerros algunas piezas arrojadas y dieron rienda suelta a la creatividad para fabricar los muñecos. Estos muñecos tenían el rostro y la vestimenta de las principales autoridades, especialmente de aquel que no pagaba a sus trabajadores. La figura de ese personaje indeseable dominó las calles de la ciudad. Era frecuente encontrarle en cualquier parte, listo a conocer el ímpetu del fuego. También fueron construidos los rostros menesterosos de los que no pudieron cobrar. En algunos lugares estaban ellos haciendo gestos de dolor y hasta anunciando que se iban a suicidar.
Los otros personajes que aparecieron eran los rostros y las prendas de los principales candidatos que ya se habían lanzado al ruedo electoral luego de realizar alianzas impensadas. Esos rostros habían sido afeados a propósito como una manera de graficar la miseria política, los contubernios de los unos con los otros y las manipulaciones del dinero para conseguir alguna candidatura. A la hora fijada, a las doce de la noche, todos esos muñecos fueron quemados en medio de la algarabía general. La quema era como una revancha o una reivindicación. Demás está decir que los hacedores de muñecos fueron multados después de la celebración.