Ir al cine en nuestra “Isla Bonita” sigue siendo una de las actividades de ocio por excelencia, siempre ha sido todo un evento; sobre todo para los “cinefilos” como yo, si es que uno está propiamente mentalizado como corresponde. El comprar canchita, un gran vaso de gaseosa, estar sentado en una sala oscura viendo los avances de las películas que se vienen, ya sea solo, con amigos, con tu pareja (o prospecto de pareja), se ha convertido en todo un evento social. Y aunque la piratería sea la reina indiscutible en el panorama comercial Iquiteño, ir al cine nunca pasara de moda y si te dejas llevar, es toda una experiencia. De seguro alguien que lleva años yendo al cine ha podido quedarse con todo un historial de anécdotas, algunas que dan risa, otras que lo hacen cuestionar el porqué va al cine en primer lugar.

Pero empecemos este artículo como corresponde, desde inicios del siglo XX, Iquitos fue hogar de varios cines tales como el Olimpia, Imperio, Loretano, Recreo, España, de propiedad del empresario español José Altimira; así como el majestuoso Alhambra, Bolognesi, Excélsior, Belen (estos 3 últimos de propiedad del empresario limeño José Calero Paz); y mención especial para el más grande «Cine Iquitos» de propiedad del Sr. Joao Pinto Junior (Abuelo de mi buen amigo, Juanin Pinto), y el ultimo cine se construyó a finales de la década del 70 de propiedad del Sr. Roberto Reátegui Escobedo, llamado Cine Atlántida. Para empezar todos ellos eran diferentes al multicine «Cinestar» que funciona actualmente en la 2da cuadra del Jr. Arica, principalmente porque los antiguos cines se trataba de sala única versus el multicine antes citado.

Todos estos ex cines cambiaron de uso y fueron demolidos o abandonados¡…Es así como el Ex Cine Iquitos es ahora una galería comercial (Jr Próspero/Palcazu), el Ex Cine Belén es un camal de pollos! (Calle 9 de diciembre – 4ta cuadra), el Ex Cine excélsior es ahora una galería de tiendas (Calle Arica – 3ra cuadra), el Ex Cine Alhambra es ahora el Hotel Dorado Plaza (Calle Napo – 2da cuadra), el Ex Cine Loretano se convirtió en la pollería «Cocoroco» (esquina Grau/Bermúdez), el Ex Cine Atlántida es ahora el gimnasio de un colegio católico (Calle Arequipa – 1ra cuadra) y el Ex Cine Bolognesi como local del ASCIDEL y que actualmente está abandonado debido a una deuda con la Municipalidad (esquina San Martín/Hullaga) – y valga acotar que está en ruinas.

Esta semana de relax en Iquitos, asistí a ver la película «JOKER». Pues sucedió que a media proyección cinematográfica, todos los espectadores fuimos testigos del instante en que la actriz alemana de color “Zazie Beetz» en este mundo globalizado y digital con sonido estéreo incluido, increíblemente se quedaba sin voz!, en repetidas ocasiones y por largos segundos!. Los reclamos no se hicieron esperar y se escuchaba en la sala gritos pidiendo la reposición del audio, puedo decir que eran educados, en cierto sentido, diría que hasta tímidos. Algunos silbidos corteses adornaron los reclamos a la tercera o cuarta vez de ocurrir el mismo problema, y fue en esos momentos que recordé los años en que acudía a los cines antiguos, la reacción del público en nuestra «Isla Bonita» era muy diferente, ante una circunstancia similar, 25 ó 30 años atrás, cuando las películas se “estrenaban” 6 meses o un año después de su estreno oficial en USA o Europa.

La reacción inmediata en aquellos tiempos estaba dominada por gritos, silbatinas generalizadas, insultos al proyector de turno; al administrador; al maldito dueño del cine!; a la señora mala gracia que te vendía el ticket; al tipo que estaba dos filas delante tuyo con su enamorada; a la mancha de pitucos; al compañero de al lado, es decir, un verdadero escándalo. Los adolescentes y no tan adolescentes de esos años, parecíamos esperar la llegada de una falla en la proyección, por más mínima que fuera, para iniciar el ruido. La idea era lanzar el insulto más soez, el grito más desatinado, el silbido más estridente y con un poco de mala suerte, recibir un escupitajo de campeonato proveniente del balcón, si es que te habías sentado en la platea a una distancia que te hacía un blanco fácil de ello.

Eran otros tiempos, no digo mejores, sólo diferentes. Bastaba que la gente empezara a ingresar para que también empezara a fumar. Los chicles, cigarrillos, caramelos y chupetes se vendían dentro del mismo cine, y otro dato: no te quitaban lo que te comprabas fuera!, podías llevar hasta tu ¼ de pollo, a vista y paciencia del respetable público. La iluminación era distinta, mejor dicho no había iluminación: durante la previa a la función, la luz era tenue, pero la oscuridad era total justo antes de la presentación de los comerciales de Inca Kola, Bimbo, Ducal o Clinic Este era el momento indicado para aquellos que habían ido al cine sólo bajo el pretexto de estar con la enamorada, lejos de la vista de los curiosos (especialmente de los sachasuegros) para de este modo dar rienda suelta al chape y al toqueteo (suena más elegante que paleteo), importándoles un pepino si en la pantalla de tela se proyectaba Tiburón – 9, Rocky – 13, Terminator – 15 o Star Wars 17; la película de turno no era con ellos, menos con sus afanes.

Esto era común en aquellos tiempos, ya que siempre había parejas que escogían los últimos asientos traseros, que eran muy convenientes para que las parejitas dieran rienda suelta a su romance con besitos y abrasitos inocentes que, aún así, los infaltables cucufatos de entonces, juraban que merecían ser colocados en la hoguera e incinerados vivos. Qué hubieran dicho, esos mismos mojigatos del comportamiento de esas parejitas al final de la era de las salas de cines, dentro de ellas. Lo mejor, para esos menesteres románticos de entonces, fueron los cines «Bolognesi» y «Excelsior». Las entradas, DIOS mío, se pagaban con monedas de cobre conocidas como «el gordo» y «flaco», porque una era mas gruesa (el doble) que la otra. Qué hermosos tiempos aquellos donde no se conocìa la malicia ni la perversidad, como tampoco la bellaquería o el disimulo. «TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR», ¿alguien me puede decir lo contrario?. La pregunta está dirigida a aquellos que saben de ese pasado.

No es un recuerdo tan grato, pero es recuerdo al fin y al cabo. En esa época ir a una función de estreno era riesgosa para los olfatos más delicados, incluso para los oídos más delicados, pues no faltaba uno que otro desadaptado que escogía justo la escena del beso romántico del joven protagonista a su damisela (de la película) para mostrar a toda la audiencia el indecoro de sus flatulencias, si pues: de película, los pendex!, bien que me acuerdo y ustedes también. Yo me considero un “cinefilio”, al parecer es una cosa hereditaria. Mi Padre, contador de profesión nos llevaba a mí y a mis hermanos, al llegar del trabajo de PetroPerú aún exhausto después de su jornada laboral, acudíamos sin falta, entre dos o tres veces a la semana, a las funciones de permanencia voluntaria a ver los clásicos de Alfredo Hitchcock, recuerdo por ejemplo que después de ver “Psicosis”, les juro que me daba miedo meterme a la ducha detrás de una cortina.

Antes de los años ‘70 u ‘80 ir al cine no era cualquier cosa. Los códigos de vestimenta de nuestra “Isla Bonita” de aquellas épocas señalaban que uno debía andar bien vestido, peinado para ir al cine. Además, era un evento tan preciado que se ponía cierta atención al momento de elegir una función: la gente mayor recordaba que, cuando las películas eran sériales, se quedaban en el momento más interesante y continuaban la siguiente semana. No existía ninguna de las tecnologías de las que ahora disfrutamos pero vaya que era emocionante llegar temprano para sentarte en tu butaca consentida para ver mejor la película, después de pasadas unas cuantas horas o minutos, dependiendo de la duración de la película, salir a comprarte unos chicles, frutas o un chocolate sublime o golazo en lo que cambiaban de rollo era parte de la experiencia de ir al cine de antes ya que era toda una espera, pues te dejaban en el minuto de la película más interesante y tenías que correr porque si no ya no verías el comienzo de la continuación.

Todos los que vivimos este cambio nos hemos maravillado de la nueva forma de hacer, presentar y disfrutar el cine, ya que hoy en día no sólo lo vemos sino que hasta lo sentimos y lo vivimos. Ir al cine en el pasado era algo de gran emoción por ver una película, ya que no había muchos cines sin embargo los boletos eran muy accesibles y llevar a toda la familia no salía tan caro, el cine ha evolucionado con el pasar de los años. Para ir al cine, tenías que comprar el periódico y chequear la cartelera y si querías ver una película en especial, era muy probable que tuvieras que ir a un determinado cine que la exhibiera, ya que no se presentaba en la mayoría de las salas de la ciudad. Antes: había un intermedio entre 15 y 30 minutos para que la gente saliera al baño sin perderse la película o comprar más dulces y comidas. Ahora: no hay intermedio, si tienes que ir al baño, te vas a perder una parte esencial de la película. Antes: todo era hacer filas para la única película que estaba en taquilla del cine y otra fila para entrar a la sala, por lo que tenías que llegar por lo menos con media hora de anticipación.

Los cines antiguos proyectaban películas analógicas, es decir necesitaban de un cuarto de proyección; que era manejado por un “proyeccionista” en formatos de 35 milímetros, y que a cada rato se levantaba y cambiaba el rollo de la película y lo guarda en su lata correspondiente. El ruido del celuloide girando al envolverse representaba una señal inequívoca al cual tenía que estar atento; ya que estas cintas de 35 mm. requerían del cuidado de la lámpara, los rodillos, los patines de la ventanilla (por donde reposaba la película al pasar), o el microobjetivo del sonido. Inclusive se llegaba al extremo, que los rollos de las películas eran sometidos a un desgaste intenso; hasta que rollos se cortaban y saltaban con cada vez mayor frecuencia hasta su retiro definitivo. En cambio las películas actuales (digitales), tienen una operatividad “más cómoda” ya que las películas llegan en discos duros que solo hay que conectar, siendo el mantenimiento mínimo, ya que solo hay que limpiar los filtros de aire.

Tradicionalmente las películas eran distribuidas en forma de rollos de película de 35 mm. estos rollos eran grandes y pesados, además de ser muy delicados. Por no hablar de la degradación de la calidad que sufrían los rollos tras ser proyectados múltiples veces. Además, los rollos se distribuían a las salas mediante sistemas logísticos de transporte (bicicleta), se trasladaban de un cine a otro; por eso el horario de películas exhibidas en simultáneo en Iquitos, diferían en 45 minutos. Estos eran proyectados en equipos específicos para manejar estos enormes rollos. La manipulación de las películas requería de intervención humana, así como estar pendientes de los cambios de rollo durante la proyección. Cada rollo de película de 35 mm tenia un metraje de entre 20 y 24 minutos, y a modo de ejemplo; este tipo de rollo pesaba nada menos que 3 Kg y tenia 1,8 metros de diámetro.

Vistos a la distancia, los cines de antes eran divertidos a pesar de las incomodidades. Como tener que cambiar de lugar porque la persona sentada al frente era más alta y no permitía ver los subtítulos en español, otra era la de tratar de encontrar a los amigos en la oscuridad de la sala cuando se llegaba tarde y facilitar la búsqueda con un discreto silbido o de plano con un grito que era común: “¡Ya llegué!…Los asientos eran de sillas de madera retráctiles, con espaldar de esterilla. Y existía una fila reservada para autoridades y sus familiares (prefecto y alcalde), que estaban cuidados por la policía municipal. Recuerdo la última vez que fui a ver una película analógica “Titanic”, chicas que la vieron más de diez veces sólo para babear por Leonardo DiCaprio, todo el mundo llorando a mares y la maldita canción de Celine Dion sonando por todos lados.

Uno se pregunta ¿Dónde están esas personas con las cuales compartimos esa época?, ¿asisten al cine actualmente?, gente de 40 o 50 años para arriba, personas que sin conocerse compartíamos el mismo deseo de diversión que nos motivaba ir al cine, juntos sonreíamos,, nos carcajeamos, lloramos y aplaudíamos, si, ¡aplaudíamos juntos el final de las películas más emotivas!, gritábamos arengando a Rocky cuando pelaba con Drago en el ocaso de la guerra fría, insultábamos a los malos, silbábamos a las bellas actrices, gritábamos sandeces ante una escena de sexo, si es que lograbas colarte a una película apta para mayores de 18 años; si pues, con lo difícil que era poder evadir al Policía Municipal. Sobre todo si era el famoso “Timoshenco”, que con su linterna te alumbraba en la cara para asegurarse de tu minoría de edad y te sacaba de tu asiento. Qué tiempos aquellos.