Estoy sentado en una banca de madera de pino y fierro circular viendo como entrenan el básquet mis hijos. Termino de releer “Los Caminos de la Vida” (LCDLV) Edit. Tierra Nueva del periodista y amigo Jaime Vásquez Valcárcel y no puedo dejar de asociar ese vallenato colombiano que titula estas vivencias con la versión musical de Vicentico. Esa comparación es parte de un ejercicio permanente y a veces enfermizo. En mi caso llega a ser obsesivo, en el caso de Jaime Vásquez pienso que es una manera de querer a su tierra. Esa, por ejemplo, es otra comparación.

Cuando he tenido la oportunidad de encontrarlo en distintos lugares siempre ha recogido lo malo y lo bueno para compararlo con lo que pasa en su ciudad. Intenta ser un hacedor de ilusiones en lo bueno, un castigador de las cosas malas que pasa en Iquitos, pero siempre pasa por un ejercicio inseparable de su imaginación. Desde la forma de comportarse de las personas, los paisajes, las costumbres, el clima y hasta el humor de las gentes de otros lugares, ha sido, increíblemente un recurso inconsciente para no alejarse mucho de Iquitos. Una forma de querer a su ciudad estando lejos.

Estas 40 historias de LCDLV están impregnadas, a veces sin decirlo de la ciudad amazónica. Es un esfuerzo muy interno por mostrar las ciudades de Europa, Asia, América o las del Perú, y buscar la sintonía con lo que han dicho algunos autores mayores del periodismo y Literatura. De hecho siempre están presentes el “Gabo” García Márquez, o Mario Vargas Llosa, pero también “Chema” Salcedo y, con ellos y sus historias personales y familiares, finalmente encontrar esa comparación que lo devuelve al amor por su región.

Muchos podrían pensar que es una exageración rebuscar semejanzas en el crecimiento e historia de ciudades tan distintas como París, Venecia o Tacna con Iquitos. Las historias literarias y una visión en ese sentido lo pueden todo, claro, pero también el arraigo y la misma crítica. Jaime Vásquez ha logrado, olvidando un poco su habitual acidez oral para con la política y su picardía en sentido doble, impregnar una vez más su tierra y su inconfundible y bien sazonado árbol familiar en estas lecturas fáciles de leer, como es él, muy fácil de querer también.