ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
A 8,250 kilómetros de Iquitos se puede apreciar las bondades que dejó el caucho loretano en Ponteareas, esa ciudad gallega que tenía 600 habitantes cuando salieron los hermamos Barcia Boente para instalarse en las orillas del Tapiche, cerca de Requena en 1889. Es que nunca olvidaron su terruño y combinaron la nostalgia con la filantropía. En el pueblo desde donde salieron se puede apreciar el edificio que construyeron y que sirve como centro cultural. Más allá de ese aporte financiado con el caucho peruano lo que llama la atención de un visitante es el cariño que le tiene la gente a los tres hermanos. El mausoleo donde descansa Generoso desde el 21 de julio de 1951 es sintomático y, a pesar que José murió en Miraflores en 1936 y Benito en Tarapoto, aún hay gente que los recuerda en su ciudad natal.
Los Barcia Boente fueron los primeros de esa familia que llegaron a Iquitos, alejándose de Manaos, para luego instalarse por la cuenca del Ucayali donde establecieron un feudo del que sólo salían para visitar Ponteareas y dejar huella cultural en ella. El edificio que tuvieron aún se puede observar en la primera cuadra de la calle Sargento Lores en Iquitos. Aunque ninguno de sus descencientes tenga que ver con el inmueble es la demostración que en la capital de Loreto ellos tenían una presencia empresarial que aún está por escribirse. Hay un libro (Marta Candeira Carballido – “Los Hermanos Barcia. Caucheros Y Filántropos”, 2010). que los retrata tenuemente si es que tenemos en cuenta la presencia económica que tuvieron y los paisanos que ayudaron a emigrar desde su pueblo.
“Los hermanos Barcia pertenecían a esa especie de emprendedores tozudos que combatieron contra la adevrsidad y la lógica. Desde su Padrons natal, cerca de Vigo, José, Benito y Generoso Barcia Boente emigraron a Iquitos atraídos por el caucho. Llegaron a poseer una inmensa hacienda en el río Tapiche a la que bautizaron con el nombre de Galicia y dividieron en cuatro estaciones: La Coruña, Lugo, Orense y Pontevedra. Los barcos que mensualmente traían el caucho hasta Iquitos, a una semana de navegación, fueron bautizados con nombres igualmente evocadores de su origen: Galicia y La Gaallega. Los Barcia se convirtieron en unos de los empresarios caucheros más importantes de Loreto. Se enorgullecían de haber construido en cada una de las cuatro estancias un cany, la casa principal del administrador y cobertizos para los recolectores, además de aplicar condiciones dignas de trabajo. Parte de su éxito residía en la eficaz gestión de su contable, el también gallego Wenceslao Barreiro, que llevaba al día y de modo preciso la cuenta de los centenares de kilos de caucho que cada mes recolectaban (…) Antes de arruinarse invirtieron parte de su dinero en obras públicas y escuelas en su municipio natal”. De esta forma se refiere Javier Juárez en “A diez días del paraíso” a una de las familias gallegas que tuvo en el caucho su esplendor y su caída.
Cuando uno recorre Ponteareas y ve lo que dejaron los Barcia Boente es inevitable preguntarse ¿por qué los caucheros no dejaron algo similar en Iquitos? ¿Por qué los descendientes de esos tres hermanos no trascendieron con una edificación destinada a la cultura? ¿Por qué en Ponteareas sí y en Iquitos no?