ESCRIBE: Héctor Tintaya Feria, desde Arequipa
Recuerdo que hace unos 15 años el dueño del diario La Región, Lincoln Cornejo, me había echado del diario debido a una nota que hice por un desordenado pasacalle que organizó una entidad bancaria que era anunciante en ese medio. Su administrador era un abogado movedizo que ingresaba a la redacción para casi ordenar cómo tenía que salir sus notas de prensa que pagaba. En realidad ya había cruzado unos “vuelitos” con ese voluminoso y fascinante personaje que sólo sabía lidiar con Jorge Morante, entonces director.
Estaba esperando uno de esos gritos que acostumbraba dar en el diario para salir de ese clima que se volvía insostenible. Cruzamos unas palabras y por fin, luego de varias noches y madrugadas, me fui a dormir en un cuarto que tenía en la calle Távara. Aunque luego Morante me explicó que el tipo andino y terco estaba acostumbrado a esos alaridos más por procedimiento que por convicción, yo pensaba que mi ciclo había terminado en ese lugar.
En ese entonces seguía a varios periodistas radiales que me encandilaban por sus tenebrosas y fantasmales denuncias y leía algunos periodistas que para el Iquitos de esas épocas me parecían extraños en medio de tanta fantasía y mediocridad. El más visible era Jaime Vásquez, que con un filo mordaz entre amazónico y formal escribía unas columnas tan ciertas que aplastaban a sus paisanos de la administración pública enredados en los afanes de la corrupción.
Para entonces y seguro que hasta ahora de él se tejían fábulas de todo tipo. Pero una cosa era indubitable, el estilo del diario que él había fundado se asemejaba a lo más cercano del periodismo y la pluralidad. Unos principios tan ausentes y manipulados en la tierra de la fantasía y la oralidad. De hecho, el diario del que salía, por más que se esforzaba en ser serio por judicial y formato, todos sabían que escondía intereses subalternos que se cristalizaba con su apego a la pleitesía del poder.
Cuando algún día de enero del 2008 me propuso ingresar al diario no dudé en pertenecer al grupo por varios años y del que jamás me fui. Junto con varios compañeros, a partir de un principio básico de pluralidad, hemos sabido respetarnos por más que antes y después de la labor en el diario hemos tenidos serias diferencias. Debemos felicitarnos, por más que haya opiniones irreconciliables, que este código fundamental acompañe aún a Pro & Contra digital. Y el estilo artesanal y felón de hacer periodismo con que empieza este relato no se produjo durante mi estadía lo que generó respeto y acercamiento familiar con Jaime.
Sospecho que el enorme, pero feliz esfuerzo, que le imprime Vásquez Valcárcel a Pro & Contra sólo se explica por el amor y apego que le tiene a las letras. Incansable como adolescente y sesudo como adulto, cada ángulo de su personalidad ha sabido inconscientemente imprimirlos para entrar con vigor a este nuevo espectro que significa lo digital. El diario, como todo en la vida, refleja también el alma de los que lo construyen y en ese sentido el amor a la literatura y el buen periodismo ha prevalecido tras 27 años de sangre sudor y lágrimas.