Andrea Todde
Escritora y escolar
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Una competencia puede ser divertida. Te ayuda a trabajar en equipo y demostrar lo que puedes lograr. Aunque muchas veces, depende de quién eres y con quién compites. En lo personal, a mí nunca me ha gustado competir. Porque el hecho de competir puesto que puedo muy competitiva y me olvido de disfrutar lo que estoy haciendo. Por eso, cuando en mi colegio nos anunciaron que íbamos a tener una competencia entre todos los grados de secundaria, se me heló la sangre.
Mi grado nunca ha sido muy unido. Se ha caracterizado porque cada año llegan chicos nuevos y al siguiente año se van. Por lo que es difícil aprenderse los nombres de todos y recordar a quienes ya se fueron. Probablemente yo solo conozca al 40% de mi grado. Con lo cual, no estamos listos para competir con el resto de la secundaria.
Sin embargo, y tras escoger a un fénix como nuestra mascota, empezamos a participar en diferentes competencias contra adolescentes mayores. La mayoría eran de deportes, así que como quería darle una oportunidad a mi promoción y no hacer el ridículo, me inscribí en la competencia de gramática y la de teatro.
Perdimos ambas, principalmente porque mi equipo y yo nos pasamos diez minutos debatiendo el significado de «amortiguar» en la competencia de gramática. No pudimos evitar reírnos de vez en cuando en la competencia de teatro, así que también perdimos en eso.
No solo perdí yo en todo, pero también el resto de mi grado. Hubo una chica que participó en una competencia donde se tenía que hablar por un minuto completo sin repetir las palabras, y se trabó a la primera palabra y maldijo en el micrófono.
Creí que nos iba a ir muy bien en futbol, ya que teníamos un equipo bastante bueno y una arquera increíble, pero no fue así. La arquera, a quien voy a llamar Camila porque me va a dar una patada si digo su nombre de verdad, se dobló el pie unos días antes de nuestra competencia contra los de doceavo grado.
Como las buenas amigas que somos, otras chicas y yo le advertimos que se haría daño si jugaba en esa condición y le pedimos que no lo hiciera. Camila, por supuesto, no nos hizo caso y fue a la cancha asegurándonos que iba a estar bien. Ahora lleva una semana en una silla de ruedas. Se rompió el pie, la muy lista.
De todas formas, a medida que las competencias iban pasando, todos nos fuimos dando cuenta que nuestra promoción iba a perder contra los otros grados. Como somos los menores, todos nos habían dicho desde el principio que no había forma de que les ganáramos a los demás, pero habíamos querido probar que nos subestimaban. No lo logramos, y se podía ver el ánimo carecer en todos los chicos de mi promoción.
Pero entonces, noté algo más. Noté que, aunque estuviéramos perdiendo por mucho, aún así todos le gritábamos ánimos a los chicos de nuestro grado cuando competían. Noté que todos se ayudaban para poner decoraciones con nuestros colores de grado en el recreo. Noté como gente que no se hablaba antes, ahora conversaba y se reía sobre su experiencia en cada una de las competencias (aunque hubiéramos fracasado increíblemente).
Hasta yo puedo decir que conozco más chicos de los que conocía antes, y hasta considero algunos mis amigos.
Cuando anunciaron los resultados, comenzaron por decir quien estaba en cuarto lugar, y dijeron que éranos nosotros. Esperaba que mi grado protestara o se quedara callado con el ceño fruncido, pero en lugar de eso todos vitorearon y algunos hasta se abrazaron, y yo me les uní.
Aprendí que no importa en qué compitas ni que tan en serio te lo tomes, si no que siempre recuerdes con quién y por quien lo haces, y te lleves algo bueno de la experiencia, sin importar el resultado.