Lecciones del Putumayo ¿un nuevo modo de pensar?

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 Ser colectivamente responsable, significa, así pues, reconocer una deuda moral y política con las personas pertenecientes a los grupos perseguidos o marginados

Aurelio Arteta

A finales del Siglo XIX y principios del XX en la zona del río Putumayo se estableció la empresa Peruvian Rubber Company, de capital inglés y peruano. Quien era dueño de esa empresa fue el influyente cauchero peruano Julio César Arana. El propósito comercial de la empresa era la explotación de la goma, del caucho, el oro blanco como le decían entonces, y el epicentro de la compañía era la región del Putumayo [en esos tiempos territorio en disputa entre Colombia y Perú que dio pábulo a una infausta complicidad ante la muerte de indígenas]. Para la explotación de la preciada goma el patrón recurrió a la mano de obra indígena. Y la mano de obra indígena, de costes invisibles, que encontró en esa zona fueron poblaciones Uitoto, Booraa entre otros que moraban por esa zona de explotación.

Fuente: Época del caucho: Retratos del horror

Para la explotación primó el interés utilitarista de maximizar el interés personal a toda costa en contra del interés colectivo y del entorno natural, se diezmaba a los bosques y asesinaban a indígenas. Me explico. La industria del norte económico requería de ese recurso natural para las diferentes actividades industriales como es el caso de las ruedas de los automóviles hasta pelotas de fútbol [como con los que juegan Messi o Neymar] y la demanda exigida era cada vez mayor. La ambición por la renta rápida del negocio gomero sacó de quicio a muchos. Por esos tiempos se hicieron chifladuras en la selva continental como la penosa construcción de una ciudad en plena floresta de nombre Fordlandia que resultó ser un desastre con muchas vidas humanas de por medio e impactos negativos al medio ambiente. Por estos días la floresta ha remontado sobre sus edificaciones, la silente venganza del bosque.

Para satisfacer la sed de la industria el cauchero Arana en confabulación con las autoridades peruanas [e inglesas] atizó un sistema de explotación usando a las bravas a integrantes de pueblos indígenas y para ello recurrió a las “correrías” de indios, es decir, indígenas llevados por la fuerza desde sus aldeas hasta los campamentos de explotación cauchera de los cuales pocos volvían. La connivencia o ceguera citada era que ellas, las autoridades, no veían nada, todo estaba en orden en las estancias de La Chorrera, El Encanto entre otros y daban el visto bueno.

En el Paraíso del diablo como también llamaban a esa zona del Putumayo se aplicaba a rajatabla un sistema sangriento de explotación, indígena que no cumplía con un mínimo de la goma extraída era muerto o puesto en cepos hasta conseguir que se murieran agusanados. Los viejos y los niños indígenas eran las principales víctimas, sin contar a las violaciones sexuales a mujeres. Fue el reino de Belcebú, del espanto. Los horrores que sucedieron en el Putumayo han sido testimoniados por el cónsul inglés Roger Casement y el juez peruano Carlos Valcárcel, en su famoso libro “Los crímenes del Putumayo”.

¿Qué es lo que tenemos de lo ocurrido en el Putumayo? Que la explotación cauchera tenía como basa la mano indígena y el poco respeto al entorno natural. Esa fue la lección. Una gran lección que los amazónicos [y no amazónicos] todavía no la hemos metabolizado de manera adecuada.

Recordar que en la Amazonía hemos tenido otros booms alrededor de los recursos naturales como la explotación de pieles, el petróleo, los daños causados por el narcotráfico, los proyectos de desarrollo y de todos esos yerros nos surge la pregunta ¿Qué hemos aprendido?

Por ejemplo, de la relación con los integrantes de pueblos indígenas poco o nada ha cambiado. Esta sigue siendo una relación asimétrica, desigual y de exclusión social. No es un alarde verbal se puede ver a diario en las zonas de la selva con los índices de acceso a la educación [bilingüe] o de salud, siguen siendo los excluidos. A principios del siglo pasado a pesar de conocerse que en esa región, la del Putumayo, asesinaban a personas hubo pocos los que protestaron, sobraban los dedos de la mano. Casi todos fueron indiferentes, en el lenguaje coloquial se llamaría, “hacerse el sueco”. Callaron. Mi idea ante esta indiferencia es que las élites peruanas consideraban o consideran a los integrantes de pueblos indígenas que no son personas, que no tienen derechos, son un estorbo para el desarrollo. Esto conlleva un fuerte y cínico incumplimiento del deber moral contra nuestros propios congéneres como es el caso de no respetar sus derechos sobre el bosque, el saqueo sobre sus conocimientos tradicionales, sobre el agua entre otros.

La filosofía nos señala que después del Auschwitz tenemos que pensar de otra manera, sino la barbarie se vuelve a instalar otra vez entre nosotros. Theodor W. Adorno sostenía que “…la barbarie persiste mientras perduren, en lo esencial, las condiciones que hicieron posible aquella recaída…”. Bajo esta misma línea de razonamiento y extrapolando la frase podríamos decir que después de lo sucedido en el Putumayo con integrantes de pueblos indígenas y la goma debemos reflexionar de manera diferente y luchar para que esas condiciones no se den. No podemos seguir en esa lógica obtusa de negar al otro, de ir contra el entorno natural para maximizar beneficios sin importar los daños ocasionados. Nuestras relaciones entre nosotros y los bosques deberían cambiar diametralmente.

El racismo es una de las peores discriminaciones existentes porqué no se observa a la otra persona como persona sino que la cosifica que la animaliza, es de lo peor. Sí, esta situación debe cambiar en la Amazonía peruana, y continental, porqué sí respetamos a los integrantes a los pueblos indígenas también respetaremos a los bosques. Que nuestro acercamiento al bosque no debe ser sólo extractivista. Expoliar y olvidar.

Hay que apostar por una educación no que invisibilice a los integrantes de pueblos indígenas que son personas que viven ancestralmente en los bosques con sus costumbres e historia. Que en la memoria colectiva las muertes del Putumayo no sea un borrón más del llamado desarrollo, un error. Que se debe respetar el entorno natural. Que en la propuesta de país hay que integrar e incluir a las voces de estos pueblos. Una educación emancipadora en la floresta que vaya en esa dirección puede contribuir a que la barbarie no vuelva.

Desgraciadamente, el poco respeto al entorno natural, sigue ocurriendo y es una constante, si no miremos la contaminación de las aguas existente en la zona del río Pastaza, en el Tigre. O los derrames de petróleo sin castigo en el Marañón. Esta relación con la floresta debe cambiar obligadamente sino vamos al hoyo. Esa educación emancipadora que la que hablamos no debe desdeñar los que toman las decisiones sobre la floresta. Sería interesante que pudieran establecer una relación cordial –previo diálogo intercultural, con la naturaleza, con los integrantes de pueblos indígenas y con las demás poblaciones. Las lecciones del Putumayo son todavía una asignatura pendiente que hay que abordarla sin complejos ni traumas. Si no es que no hemos aprendido nada y la barbarie se instalará otra vez en los bosques.

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1 COMENTARIO

  1. Y como premio a las atrocidades de Julio C. Arana, le ponen su nombre a una calle…

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