Casi todos los días hacemos viajes. Pueden ser cortos o largos. Son viajes no necesariamente en línea recta. Hay pocos en línea recta, sí ocurre se verá que no es camino fácil ¿la vida es una línea recta? Casi siempre te topas con meandros, sinuosidades, llanos o roquedales. Así con estas premisas en mis paseos matutinos observaba a un señor casi echado en el suelo que garrapateaba unas hojas con dibujos. Sea en invierno o en pleno estío, él ahí al pie del cañón. Con cabello cano, larga barba y gafas redondas tenía un aire al poeta Allen Ginsberg. Parecía bonachón. Lo veía pergeñar y colorear paisajes con mucha diligencia en unos folios que los ofertaba a los transeúntes. Pero no me detenía. Me dije que algún día de estos me detengo y miro lo que pinta. Un día de verano me detuve. Lo saludé y le pregunté si vendía esas láminas. Me miró hostilmente y me dijo a bocajarro: ¿Cuál es lo que quieres? Intuitivamente, y con cierto recelo, señalé una. Lo cogió dio la vuelta a la lámina, la firmó y me espetó, llévese. Pero yo con cierto apuro pregunté, ¿pero cuánto cuesta? Me volvió a mirar con ojos de rabia. Usted le pone precio, rezongó de mala manera. Uyy me dije a mí mismo, parece que le rompí la magia del momento de inspiración y que me diga que le ponga precio vamos mal. Es meterte en un brete. Con la lámina firmada por él insistía que le pusiera precio. Me sentía presionado. Le contesté que lo pusiera él, me replicó muy enfático, lo que me da es para comer – seguía metiéndome un cuchillo moral en mi conciencia. Diablos como salgo de este atolladero. Saque de unas monedas y se lo entregué. No me miró, las recibió y dio por cerrado el negocio. Como iba a caminar con ropa de deportes le dije que sí pudiera dejar la lámina por unos minutos que regresaba y me llevaba la pintura. Me volvió a mirar con cierta hostilidad. Casi gruñendo me dijo, “eso no lo puedo hacer, sí viene alguien y quiere esa lámina yo se lo vendo”. Me dejó sin palabras. Hace un rato me decía que le pudiera precio que él lo quería para comer y ahora me decía que lo vendería al primer postor. Al final, cogí la lámina y me lo llevé a caminar. Las primeras impresiones no son buenas consejeras y más de caminantes ingenuos como yo. Había idealizado a este personaje y al final resultó un ser gruñón con gramos de incomprensión. Así son estos viajes.
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