*Forma parte de la colección Iriwa que impulsa editorial amazónica.

Escribe: José Rodríguez Siguas

En el prólogo a «Poesía de selva» de 1965, selección de poemas preparada por Róger Rumrrill, el autor loretano señala lo siguiente: «Muy pocas de estas composiciones —a excepción de Marco Antonio Vértiz— estuvieron destinadas a un libro. Todas ellas nacieron en un momento de exaltación ante el poderoso paisaje, tupida maraña, realidad lindante con el mito». En dicha selección no se incluye ni es nombrado Hernán Medina Pinón (1890-?), pero en 1966, el mismo Rumrrill en su artículo «Panorama literario en Loreto» escribe: «Habrá que esperar el advenimiento de Hernán Medina Pinón, nacido al filo del siglo [XIX], para leer poesía escrita por un loretano. Medina se vinculó en sus días de estudiante universitario al movimiento poético peruano del 20». Ciertamente, en la década del veinte publicó sus poemas en «Mundial» y, en los treinta, en el diario «El Eco», (Manuel Marticorena, «De shamiros decidores», 2009).

Así en 1944, Medina Pinón publica el poemario «Esquifes de la tarde» y en 1953 aparecerá «La voz de las horas otoñales» donde reescribe muchos de sus poemas publicados anteriormente, incluidos los de «Esquifes de la tarde». Medina Pinón como Marco Antonio Vértiz publicaron sus poemas en libro, muchos no lo hicieron, común en la época.

«La voz de las horas otoñales» se divide en cinco partes: «La hora contemplativa», «La hora filosófica», «La hora evocativa», «La hora objetiva» y «La hora autoafirmativa». La poesía de Medina se ubica dentro del modernismo, cuya influencia de Chocano todavía estaba presente (no nos olvidemos, como se lee líneas arriba, Medina publicó sus poemas en los veinte y los treinta del siglo pasado).

En «La hora contemplativa», con cierta reminiscencia de la oración contemplativa cristiana, el poeta escribe sobre los recursos que nos da la tierra: los árboles, lagos, el agua, las estaciones; lo hace desde una interrelación entre estos elementos, como parte de un conjunto armonioso.

En la segunda parte, y la más extensa, «La hora filosófica», el autor recurre a personajes bíblicos, así como al misticismo («antes estuvo mi alma / en algún monje enflaquecido, enfermo, / que su vida pasaba / entre oblaciones y entre ofrendas místicas», en «Oh, paz de los conventos»). También al pensamiento filosófico griego clásico, por ejemplo, recurre a lo dicho por Heráclito sobre el flujo constante. O el guiño a los cuatro elementos que conforman el todo de Empédocles: agua, fuego, tierra, aire. Asimismo, en esta parte, están los poemas que buscan dejar una enseñanza como en «Cuando los niños juegan»:

Cuando los niños juegan

al escondite

tratan muy hábilmente

que no los miren.

Pero si son hallados por otros niños

saltan y ríen,

alegremente,

…y el juego sigue.

Los hombres también juegan

a lo escondido.

Ocultan sus intenciones

y sus motivos,

muy hábilmente.

Pero si descubrirlos

alguno logra

dejan, en el instante, de ser amigos

…y el juego acaba entonces

entre amigos.

Y no solo plantea aspectos espirituales, también aterriza en cuestiones concretas, más allá de su lenguaje pasatista, como en este fragmento de «La consulta», que muestra lo absurdo de la propuesta médica, ante mujeres humildes que dejan la última moneda que les queda:

[…]

Ha concluido el médico y a la madre previene

que la enferma muy pocos meses de vida tiene.

Y le receta un cambio de clima, a un sanatorio

de Suiza.

Enferma y madre dejan el consultorio

y, en las manos del médico, la última peseta:

son pobres y no pueden cumplir con la receta.

En «La hora evocativa» están los poemas de más pura estampa tradicional, como en «La princesa Elena» o «Los Reyes Magos». En la cuarta parte, «La hora objetiva», el poeta también recurre a elementos del pasado en «La muerte de Lorenzo de Médicis», pero lo que llama la atención en este cuarto segmento es el poema «Bernabás»:

Bernabás es un joven poeta sentimental

y, como buen poeta, Bernabás viste mal.

En su vieja casaca han lustrado los años,

con inviernos y soles, floridos desengaños.

De su pelo, en que el peine nunca dejó sus huellas,

brota caspa abundante como polvo de estrellas.

[…]

¿Acaso en «Bernabás» Medina Pinón arremete contra algún enemigo de letras? ¿Acaso es una crítica a los nuevos poetas que traían una bocanada fresca a la poesía? En el mismo poema dice: «Mas, siguiendo el consejo sabio de Baudelaire, / una tarde de tantas, él se pone a beber».

Cierra el libro «La hora autoaformativa». Esta parte tiene el propósito de decirnos que no hay que caer ante las vicisitudes, a no dejarse vencer ante los problemas, en el poema «Ve a la hormiga» dice:

Ve a la hormiga, que sigue

y labora, paciente, en su camino.

Ve a la ola que, al cabo,

a los duros peñascos corta a pico.

Ve al diamante que cuaja

en las tinieblas del carbón su brillo.

¿Y te atreves, entonces,

a desconfiar de tu feliz destino?

[…]

Es pues una invocación a persistir ante los escollos. Y cierra esta parte, y también el libro, con el poema «Lápida», donde el poeta asume una postura firme ante quienes lo critican: «Pero sin preocuparnos de los dardos que, acaso, / me lanzáis desde el fondo de vuestra niebla impura, / os piso como a arena de mi camino… y paso».

«La voz de las horas otoñales» es un libro que tiene un hálito de pasado, cargado de figuras y elementos exotistas, místicos, pero el autor era consciente de lo que hacía, por eso, en las dos líneas del epígrafe de su autoría señala: «Es una vestidura que poco tiempo dura, / la moda, cuando cubre arte o literatura». Medina Pinón cree que lo que hacen los poetas nuevos es solo una moda, que pasará y ya, y creía ciegamente en lo que él proponía o había propuesto, como deja constancia en «Pórtico», poema a modo de arte poética: «En el sereno estado de madurez, hoy, veo / que mi vida fue impulso que alcanzó su deseo /…/ Rindo mis alabanzas, en esta edad madura, / al tesón por el Arte que en mi alma perdura».