Escribe: Percy Vílchez Vela

En el censo de la espeluznante violencia regional, rubro que cada día se incrementa más y más en estos predios que sufren de la llamada violencia estructural,  hay de todo como en surtida botica. Hay diariamente agresiones por cualquier motivo, hay desfalcos o desalojos, hay robos a desocupadas o habitadas viviendas, hay asaltos a mano armada, hay crímenes que a veces quedan impunes. En ese censo no destaca todavía con nitidez, sino como un simple incidente,  un nuevo tipo de violencia:  la violencia contra los varones.

El viejo y rudimentario machismo, esa lacra que propicia el triste femenicidio,  anda de capa caída en la ciudad de Iquitos. Ello debido a que los mismos varones sufren de agresiones de parte de sus esposas o convivientes. Y no en pequeña proporción o escala como podría esperarse en un medio donde la mujer tradicionalmente es la víctima. De acuerdo a la cifra oficial de la Demuna de Maynas en los que va del presente año un 40% de agresiones físicas tienen como víctimas a varones. Varones de pelo en pecho, varones por los cuatro costados.  Es decir,  un alto porcentaje de mujeres de ahora hacen  justicia con sus propias manos. No esperan que la justicia les caiga del cielo.

La noticia es sorprendente desde cualquier punto de vista. Más  si se olvida que la mujer amazónica tiene una larga tradición de lucha y de violencia que se entronca con las primeras amazonas o las mujeres que vio,  o creyó ver,  don Gaspar de Carvajal. En la imagen de tantos perdura todavía  una mujer sumisa, dispuesta a hacer lo que quiere el marido, lista a sacrificarse en aras del matrimonio o la crianza, olvidando que los patrones han cambiado. Los mismos roles han variado con el paso de los años y la mujer en estos tiempos ha adquirido un cierto protagonismo. Como consecuencia de ello es más consciente de sus deberes y, sobre todo, de sus derechos.

Y entre esos derechos está que no puede seguir siendo la carne de cañón, la victima propicia,  de la violencia ejercida por el varón. Y a la violencia responde con violencia. Desde luego, esa respuesta es equivocada y no hace más que atizar el fuego de la violencia doméstica pero es que muchas mujeres no encuentran  otra salida. Desde luego, nadie pude ni debe hacerse justicia con las propias manos, existiendo las leyes que sancionan los agravios y delitos.  Pero podemos explicar esa violencia como una respuesta desesperada a la agresión ajena.

La violencia contra el hombre amazónico viene desde antiguo, desde los tiempos coloniales. Comienza en 1500 con el secuestro de parte de Vicente Yánez Pinzón de unos nativos que se oponían a la presencia forastera. Sigue en las misiones donde el hombre era un siervo que tenía que servir a gobernadores y misioneros. En el tiempo del caucho esa violencia alcanzó todo su horror. Eran los hombres los victimarios de otros hombres. En tiempo presente la violencia contra el hombre parte de su misma consorte o esposa. Y no se difunde como debería ser porque los hombres vapuleados no quieren denunciar cuando son agredidos. Por vergüenza, temor o cualquier otra razón. Ello quiere decir que ese 40% puede incrementarse.

De todas maneras, la violencia contra el hombre,  se incrementará sin que nadie pueda hacer nada para prevenirlo debido a las condiciones en que vivimos en el presente. En el reino de la inseguridad, del ejercicio de varias violencias, esa violencia es como una fuerza de choque que emplean las mujeres para evitar ser pisoteadas. Es una respuesta. Respuesta errante, por supuesto, pero que nos permite saber que estamos en un espiral violentista que tiene como principales contendores a las mujeres y los hombres.

La violencia contra los varones viene de lejos, de la violencia estructural donde el hombre trató de imponer su supuesta superioridad sobre ella. Esa nueva violencia detectada ahora nos revela que vivimos en un medio mucho más violento de lo que parece. Donde las máscaras cotidianas o las viejas y nuevas mentiras no pueden seguir ocultando las lacerantes verdades del presente.