La verborrea triunfalista   

La verborrea triunfalista nacional y regional no tiene cura ni mordaza. La rica y nada indigesta gastronomía incaica, los cuatro fantásticos de la de cuero, las exportaciones que conquistan los mercados internacionales, el café de gran sabor que gana  exigentes paladares y tantas otras verbenas no son más que ejercicios de una ciega vanidad, cuyo interprete mayor es el  vociferante y huachafo Polo Campos. No somos gran cosa, en realidad,  pese a lo que decía el locuaz Alan García Pérez. Habitamos, mal que nos pese,  el peor de los mundos. El que nos legaron nuestros próceres de la política y el que estamos entregando  a nuestros descendientes. Dos estudios recientes nos bajan el poncho, nos cortan el optimismo de corral de asnos, nos ponen en nuestro real sitio a nivel continental. El primero de ellos indica que ocupamos el segundo lugar en pobreza y solo la gallarda república de Bolivia nos gana.

El otro estudio es peor. Compromete a los que relevarán  en algún momento a las sórdidas  autoridades del hoy, a gentes como Charles Zevallos u otro energúmeno. A nivel secundario, en la nada pacífica  ni democrática Latinoamérica,  andamos por el segundo lugar en la agresión verbal, en el insulto al compañero.  El otro siempre, el que va a mi lado, el que se sienta cerca a mí, merece por lo menos el encono de mi vocabulario procaz, la furia de mi diatriba callejonera. Y en el colegio, donde se supone que se aprenden los valores esenciales para la vida en sociedad. 

La verborrea triunfalista  nacional y regional seguirá sin mayores renuncias, sin ni siquiera detenerse a pensar en las cifras de esos estudios recientes. Y se seguirá cantando, en cualquier bar o salón,  eso de tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz de haber nacido en esta hermosa tierra del sol, etc.