Por: Gerald Rodríguez. N
Estamos a poco de cumplir doscientos años de vida republicanos, (doscientos años para revelar las contradicciones rousseaunianas sobre su utópica democracia que nos trajo el libertador, cuando hace doscientos años eran confiables) y la pregunta que todos los peruanos deberíamos hacernos es: ¿hubo un buen gobierno? El proyecto que nos vendió el libertador, ¿traía todos estos males? ¿Será la República, junto a su democracia, una utopía? ¿No es la historia gubernamental del Perú una enciclopedia de fracasos, golpes de Estado, corrupción, traiciones, improvisaciones, desigualdades, fracaso, endeudamiento, pobreza, desesperanza? El país vive frente a una hora adversa, y su futuro, como el de su democracia, es una incertidumbre, nada óptimo, simplemente está vacío. Hemos llegado al punto que no podemos confiarle todo a nuestros políticos, porque si no acabamos en una dictadura familiar, terminamos en una guerra por el poder o en una crisis política coronada por la improvisación.
Lo más que real, es la antipatía que muchos tienen por el sistema de gobierno, porque vivimos en un país donde la democracia no ha arribado y porque la élite que nos ha gobernado, poco o nada tiene que ver con el pueblo. Lo ideal en el Perú, se encuentra en la insatisfacción de que lo que se dice de la política, de lo que no es y de lo que nunca será. ¿Qué tan libres y que tan iguales hemos sido en estos casi doscientos años? ¿Hubo pluralismo, libertades civiles, procesos electorales limpios, reformas para acortar la brecha de la desigualdad? ¿Los ciudadanos tienen cultura política, los gobiernos funcionan como máquinas recién aceitadas? ¿Hubo democracia? ¿Por qué nuestros políticos no se han aproximado ni un poquito al deber ser de la democracia? Y algunos dirán que “tenemos los gobiernos que nos merecemos”, porque nuestra historia, en muchos de los casos, es producto de las peores decisiones que se tomó y tomamos los peruanos. Decisiones basadas en todo, excepto en el mayor bien: igualdad de todos, en un país multinacional. Pero, ¿qué tan responsables hemos sido y somos del problema de nuestro país, de nuestra política, de la forma como se encuentra nuestra sociedad? ¿Nos toca o no nos toca algo de la culpa de esta crisis política, a los que estamos siempre de espectadores? Hasta este momento, a muchos peruanos no les ha quedado claro, que ahí está el verdadero sentido de este “gobierno”, en nuestras irresponsables decisiones. Porque, en su mayoría, muchas veces el peruano le ha puesto precio a su voto, le ha rentado al mejor postor el futuro político y social del país. En pocos casos se dejaron amedrentar por las presiones de los partidos políticos.
Una sociedad despolitizada permite la compatibilidad técnica de los intereses particulares, y esa es la factura que nos toca vivir hoy en día, y siempre, por casi doscientos años, solo que el peruano rápido olvida y rápido perdona. Pero, es el peruano el principal motor para que este proyecto llamado “democracia” se haya frustrado por doscientos años, y sería ocioso volver a esperar doscientos años para ir al encuentro de resultados diferentes, porque los ciudadanos serán los mismos, no en forma sino en fondo, gracias al molde que nos impone el propio sistema que crea estos tipos de ciudadanos. Sólo cuando el ciudadano comprenda que el sentido de su vida radica en la virtud política, sólo cuando descubra que el ejercicio de la soberanía es condición imprescindible para el mantenimiento de la calidad de ciudadano, sólo cuando renuncie a adquirir el cómodo refugio de su interés particular con el precio exorbitado de su libertad, la democracia será posible, por lo tanto, al no suceder eso, se mantendrá en su burbuja utópica, y el Perú seguirá siendo un país frustrado, arrastrado por una utopía fracasada.