En una medida sorpresiva y fulminante, el Jurado Nacional de Elecciones fue tachado sin remedio. Era aquel tiempo de las elecciones y los distintos candidatos sufrían en carne propia el fantasma de la tacha de parte de enemigos políticos y el organismo electoral como que se divertía al sostener una espada de Damocles sobre las cabezas de los denunciados. Las tachas iban y venían como en un mercado de la oferta y la demanda y nadie sabía cuántos y cuáles eran los candidatos que iban a participar en las elecciones generales de ese 2016.

    Todo era  confusión por aquel tiempo y hasta había el rumor de que ese evento de las ánforas se iba suspender para seguir tachando a los unos y a los otros. De tal manera que se imponía alguna acción para acabar con el desbarajuste. Fue así como a algunos votantes se les ocurrió acudir al tribunal de La Haya. Los serios y circunspectos jueces no tomaron a la ligera la denuncia y después de analizar sesudamente el caso arribaron a la conclusión de que el Jurado Nacional de Elecciones se había extraviado en un laberinto de tachas. Pues no media con la misma vara a los candidatos y sacaba sus resoluciones como si los miembros de aquella entidad estuvieran perdidos en la embriaguez.

La única salida era tachar, de hecho y de derecho, al mismo jurado para que deje libre el camino para las elecciones. Pero la medida de los hayistas arribo tarde, pues el jurado ya había tachado a la mayoría de candidatos, incluyendo a los que estaban en los últimos lugares y que habían regalado cerveza a los posibles votantes. Así que fue imposible que se realizarán las elecciones ese 10 de abril. El evento se suspendió y hasta ahora nadie se atreve a convocar a elecciones para evitar la furia de las tachas.