En su afán de solucionar el brutal inconveniente de la basura, la empresa recolectora del amplio ingeniero Brunner entregó sus destartalados camiones a los municipios para que los alcaldes, en persona, se encargaran de dirigir la limpieza pública. El pretexto para que dicho empresario tomara esa medida fue el asunto del pago. El decía que los municipios no le cancelaban lo que le debían, mientras los alcaldes decían lo contrario. En esa hora de emergencia y de riesgo, los burgomaestres no tuvieron más remedio que subir a los camiones y proceder al recojo de los desperdicios. Luego de la jornada no llevaron la basura al botadero o relleno sanitario, sino que lo arrojaron frente a la casa del empresario basurero.
El rechoncho ingeniero Brunner, en franca declaración de guerra, en clara muestra de pleito y camorra, devolvió esa basura a sus lugares originales y puso cerros de basura frente a la casa de los alcaldes. Estos no vacilaron en contratar los servicios de una novísima empresa recolectora para volver a llevar los desperdicios hacia la casa del ingeniero. La intervención de connotados miembros de la justicia impidió que la sangre arribara al río. En una cita de conciliación ambos bandos enfrentados se reunieron para disipar rencores, olvidar agravios y ocuparse de la basura en beneficio de la ciudad.
Un tiempo la empresa del ingeniero Brunner limpió las calles con la tesonera labor de sus trabajadores impagos. Después, como tantas otras veces, todo se malogró y la basura se acumulaba en tantas partes. El empresario de los desperdicios dijo que no le pagaban lo que le debían y que dejaba sus camiones en las calles para que los mismos moradores se encarguen de botar la basura. Así fue como esos moradores se convirtieron de la noche a la mañana en efectivos de la baja policía, solucionando para siempre el terrible inconveniente de la basura.