[Escrito por: Gerald Rodríguez. N].
La importancia que le dio la literatura de Gabo al mundo fue de mucho valor histórico para una época indiferente al cambio y la modernidad. Sin embargo la soledad y aislamiento del pueblo latinoamericano no solo fue el eje central de sus obras, también fueron instrumentos de juzgamiento, utilizando la gran sabiduría del arte, para contarnos desde una perspectiva real y mágica, la historia de nuestros pueblos resumidos en pequeños átomos de oraciones y palabras que juntas dieron rostros a la literatura post moderna latinoamericana, con sus supersticiones, sus dictadores y coroneles payasos, sus revolucionarios absurdos, sus pueblos llenos de hombres y mujeres que hacen girar al mundo desde sus perspectivas y cosmovisiones urbanas y mitológicas. Pues Gabo fue aquel arquitecto quimérico que puso sobre la realidad política y social aquella espada de Damocles, una espada más peligrosa que el hierro, con un filo muy fino que se afila en el cerebro de cada lector como es la palabra, la palabra cortante de la ignorancia, la palabra que transforma al hombre y hace de él un ser libertado.
Aunque siempre Gabo dijo que el arte solo debe limitarse a cumplir su función distractora en los lectores, sus obras no tienen esa ingenuidad e inocencia política y social de la cual él rechazaba, amasado por un verdadero artista, como en toda obra de arte; pues sus satirizaciones de los poderosos militares y del propio destino fue sus real maravilloso para hacer de la novela y el cuento un verdadero lugar para saber quiénes somos y que el mundo lo creamos para sobrevivir. Gabo supo leer el alma del hombre de pueblo, del hombre caribeño donde se reflejan todos los hombres. El hombre de isla y el aislado de la cual Gabo no cogía sus característica, más bien le da las características de todos los hombres del mundo para distraernos no al vacío y al sin sentido, sino que nos lleva a distraernos contando nuestra propia realidad. Muy contradictorio, Gabo casi nunca quiso responder a los críticos que repetían una vez más que entre tanta hermosura en las historias narradas en sus obras, entre aquellas oraciones genuinas, palabras exactas y mágicas, pudiera existir una dura realidad narrada con hermosura pero en el fondo muy crudo. Pues solo la mirada que Gabo dio a la literatura era extraviarnos en la hermosura de sus textos, sabiendo que entre esos paisajes palabrescos íbamos a tener que llegar al final del paisaje que resultaba ser la propia realidad humana, dura y crítica. Pero no todo al final era pesimismo cubierto de nubes, pues Gabo nunca quiso hacernos sentir más mal al aceptar en sus novelas nuestra realidad, sino que después de empacharnos de hermosura quería que con el alma llena de poesía narrada pudiéramos ver la realidad desde esa visión calmada.
Latinoamérica es todavía un pueblo pequeño como Macondo en sus inicios, hasta las faldas de su historia son nuevas, por lo que Gabo parece no un vecino de alado, sino un hermano de casa, un compañero de villanadas, un abuelo donde los lectores que somos sus nietos nos sentamos en su falda para escuchar cómo llega el tren bananero volador trayéndonos la esperanza de una nueva Latinoamérica libertada.