ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
En la contratapa de “Destino en la sangre”, el nuevo libro de cuentos de Gerald Rodríguez, se afirma sin titubeos: Gerald Rodríguez Noriega se ha convertido en uno de los más lúcidos representantes de la literatura amazónica. Punto y aparte.
Podría, porque conozco la constancia, perseverancia y vocación de Rodríguez Noriega limitar esta crónica a destacar esas cualidades. Y me faltaría espacio. Esas cualidades personales están mezcladas con su conocimiento de la historia amazónica, no sólo desde inicios del siglo pasado sino aún antes que los evangelizadores llegaran a estas tierras e hicieran lo que los sucesores de esos sacerdotes quieren ocultar. Los personajes que extrae de la realidad para, con una finura de cirujano, trasladarlos a la ficción y provocar en el lector un laberinto donde ya no es posible distinguir qué es invención y qué es creación, llevarnos por las geografías más diversas es de una propuesta que muy pocas veces se ha visto desde un amazónico. No voy a ensayar comparaciones, siempre odiosas y a veces necesarias, ni lanzar frases categóricas aunque ganas me sobran. Me referiré a los temas y personajes que cautivan de este libro próximo a presentarse.
Pedro Torres en “Hijos del viento”, nos traslada a pueblos como Borja o Santiago de las Montañas donde los indios maynas matan a otros maynas y son los evangelizadores jesuitas, reducidores además, quienes cumplen labores de evangelización y de, horror de horrores, maldición. En realidad todas las páginas están teñidas de sangre. De ahí el título, claro, que contiene textos en los que uno tiene que toparse con el P. Deubler, el P. Widman, el P. Carvallo, jesuitas que al lado de Fray Juan de Zumarrága, son responsables de la muerte de indios iquito y que deviene en la expulsión de los misioneros del Marañón. O aquel relato donde Sebastian de Morra, bufón para más señas, quería ver muerto a Cunari, indio que es un símbolo de la resistencia.
Un postre literario es “Dos almas” donde Armando Normand y su viuda Emilia que “vivía sola en ese barrio miserable de Paris” sin que la muerte de su esposo la dejara descansar en paz porque los secoya, tucanos, deambulan por la capital francesa recordándola que era “la mujer de un asesino fugitivo, cómplice de una matanza”. De los nueve cuentos que componen el libro, “Dos almas” es mi preferido. No que los otros sean menores, sino que la época del caucho y los sobrevivientes y desterrados y abandonados forman parte de episodios que la literatura escrita por los amazónicos aún no ha sabido aprovechar, con excepciones como las de Gerald Rodríguez y otros pocos.
Si el texto de la contratapa al inicio invita a sumergirnos en la lectura de estos nueve cuentos lo que se dice en las últimas líneas ya no es invitación sino tiene que ser tomada como una obligación: “Destino en la sangre es de lectura necesaria para saber que, desde siglos pasados, cuando los jesuitas evangelizaban una parte de la Amazonía y los oriundos resistían hasta los períodos extractivistas cuya máxima expresión se logró con el caucho, el grito de resistencia indígena fue una constante”.
Lo que nos entrega Gerald Rodríguez a manera de ficción es una propuesta de cómo se puede usar la historia, inclusive en los años en que la violencia era provocada por Sendero Luminoso, para reelaborarla sin perder la esencia crítica. La muerte y el olvido es ancestral como los excesos de los evangelizadores que en nombre de Dios perpetraron abusos mortales. En sus líneas uno se topa con chullachaquis, delfines, ayaymamas, runamulas que marcan distancia del uso tradicional costumbrista para aparecer en ciudades europeas como ratificación del aporte de las creencias populares en la vida de los amazónicos. Una buena propuesta la de Gerald para que los cuentistas amazónicos comprueben que existe material para la ficción que, combinado con estudio y constancia, puede producir obras como “Destino en la sangre”.

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