La extraña ola de frío en un medio ardoroso, desató de pronto aquello de la repetición y el gusto. Fue así como se volvió a celebrar la fiesta de San Juan. Era el mes de julio del 2014. El gasto consumió la mayor parte del presupuesto de cada entidad involucrada en el proyecto parrandero. Por una extraña coincidencia, luego del vacilón la madre naturaleza envió otra ráfaga de días helados. Bastó que algún alcalducho dijera que ello era síntoma de que el santo patrono estaba, por fin, bajando el dedo para que otra vez se decidiera celebrar la ponderada fiesta. Después, como si estas tierras de incendio se hubieran convertido en una puna, regresó otra vez la racha de frío.
La alteración del clima hizo estragos en la gente acostumbrada al sol, la parrillada y el fandango, pero no disminuyó el ímpetu sanjuanino y las celebraciones prosiguieron su curso. Tanto festejo, tanta elaboración de juane, tanta ingestión de chicha, iba a tener funestas consecuencias para la ciudad. La alerta le dio el gremio de productores de huevo, de gallina que no tenía como satisfacer la brutal demanda. Luego los polleros, los aceituneros, los arroceros salieron con la novedad de que no podían abastecer el mercado desatado. Del campo vinieron los vendedores de hoja de bijao a pedir créditos para sembrar dicha planta. Los festejos habían acabado con la provisión existente. Pese a esos desequilibrios las celebraciones continuaron.
La estación fría, helada y con nieve, en realidad, era el nuevo clima de la ciudad. Ahora el sol no sale ni para muestra: El calor se convirtió en un recuerdo. Abrigados desde la cabeza hasta los pies, calentándose las agrietadas manos con mecheros móviles, las autoridades de turno andan pidiendo limosna para gobernar la ciudad. Desde hace años, todos los presupuestos solo sirven para pagar las astronómicas deudas que dejó la repetida parranda sanjuanina.