En una fría madrugada, un hombre alto y huesudo abandonó palacio de gobierno por la puerta trasera. Iba montado en una mula trotona y atravesada de gualdrapas y, al trote, se perdió en las calles heladas de la sucia Lima. El jinete era el señor Martín Vizcarra que por entonces había decidido mandar al cuerno su cargo de presidente del Perú. Era un momento dramático para él ya que no podía más con el fardo pesado que eran las obligaciones de gobierno. Era el instante de poner los pies en polvorosa, de huir sin más, abandonando una función que le resultó intrincada y laboriosa. La mula deambuló por algunas calles capitalinas y luego enfiló hacia la periferia donde comenzaba uno de los caminos que conducía a la serranía. El jinete iba encogido, evitando que la gente le reconociera y le devolviera a la casa de Pizarro para que siguiera gobernando. A partir de ese momento el rastro del fugitivo se perdió. Durante años nada se supo del hombre que arribó a la presidencia por azar y por suerte.
Hasta que fue visto en Iquitos, participando en un local atestado donde se jugaba partidas del azar. Era otro hombre ya que se había pintado los cabellos, se había hecho una cirugía plástica que le cambió algunos rasgos físicos, tenía una menor estatura y hablaba de diferente modo. Pero era el mismo Martín Vizcarra que luego de deambular por diferentes paisajes y parajes decidió ocultarse en la montaña, lejos de las veleidades y protagonismos del poder y del prestigio. En su nueva morada desempeñó varias labores humildes como cargador en los puertos y mercados, lustrín en las plazas públicas, mercachifle en las veredas de algunos colegios, animador de fiestas infantiles, payaso que daba funciones en los atestados microbuses y otros oficios que se nos escapan. Después de varios años arribó a Iquitos donde se aficionó a los juegos de azar. Así era frecuente verle jugando a la timba en cualquier parte de la ciudad, compitiendo con dados en las cantinas y asistiendo al bingo popular en una de las calles de la ciudad.
Nadie sabe ahora cómo para la olla el fugitivo de palacio de gobierno, el hombre que abandonó el máximo poder. Se dice que tiene una pensión puntual que le permite capear el mes. Otros rumores dicen que gana todo su dinero en los juegos de azar en los que participa con verdadera pasión. Lo único cierto es que Martín Vizcarra vive alejado de la política, no vota en las elecciones y jamás apoya ninguna candidatura. Es decir, se ha alejado por completo de cualquier tentación del cargo, del mando, del mismo poder.
átdar idea ahora es vender la zanahoria que sobra al extranjero.
we ciud{ian . }Esa especie que su gobierno ha ordenado sembrar en todas partes de la fronda. En
qdose dedica a vender porciones de zanahoria. Aes de extenuantes jornadas, empujando su carretilla atestada de desperdicios, se desplaza el señor Gerson Lecca. Avanza indeteniblemente llevando y trayendo la basura de todos los días, visita los tugurios donde se acumulan los deshechos como montañas sin salvación. En su afán de limpiar la ciudad entera no descansa y desde la madrugada hasta las diez de la noche labora como un condenado. Su objetivo personal es acabar con la basura histórica, la basura eterna. Ya no está en campaña, ha dejado atrás el anhelo de convertirse en alcalde de Belén y lo único que quiere es acabar con los desperdicios que se acumulan sin cesar. ¿Qué ocurrió para que Gerson Lecca se convirtiera en un limpiador obstinado, en un ser de la baja policía perpetua?
Entonces corría la campaña para las elecciones del 2018 cuando a Gerson Lecca se le ocurrió propiciar jornadas de limpieza de Belén. Escoba en mano, vestido con overol de mecánico, el citado no vaciló en limpiar algunas calles. En esas jornadas sentía un extraño placer, un inédito gozo. Era como si barrer, sacar la basura, lo liberaran de algunos pesares. Así la urgencia de ganar votos barriendo y limpiando se convirtió en otra cosa. En una cuestión de placer. Cuando Gerson Lecca perdió las elecciones decidió dedicarse a limpiar la ciudad entera. Era como una obsesión. De manera que no demoro en aparecer con su carretilla y su ímpetu siempre dispuesto a acabar con la basura de siempre.
En esas labores diarias Gerson Lecca quiere perderse. No aspira a nada más que a limpiar la ciudad, No le importa que nadie le pague, tampoco que los trabajadores de la baja policía le consideren un enemigo. Está seguro de que con dedicación y esfuerzo acabará en algún momento con la basura de costumbre.