El general Edwin Donayre, con la cabeza cubierta por el casco de fibra y de vidrio, camuflado por un vistoso uniforme comando, cargando cantimploras repletas de agua y comida y armado hasta los dientes con armas de doble filo, embistió furiosamente aquella casa de la calle Moore. Era una violenta toma de la supuesta propiedad del señor Robinson Rivadeneyra. El militar, de armas tomar y retomar, lamentó que el dudoso dueño no estuviera allí pues tenía orden de capturarlo en el acto. El uniformado había dejado por un momento de candidatear en Ayacucho porque fue contratado por el gobierno holandés para recuperar uno de sus bienes perdidos.
La reciente visita a Iquitos de la reina de Holanda no era para contemplar el paso y repaso del Amazonas, mamar algún brebaje o probar el sopón motocarrero. Era para, discretamente, censar los bienes abandonados o aparentemente perdidos. La crisis universal era tan feroz que los pobres holandeses tenían que sacar de donde fuera el molido. Hacía tiempo esa casa en esa calle fue levantada por los holandeses y donada para el funcionamiento del Centro Cultural Francisco Izquierdo Ríos. La profesora y teatrista Marina Díaz le dirigió hasta que ocurrió el zarpazo traidor. Nunca se pensó que acabaría en manos de un particular que se daba de cristiano. Los holandeses, tan prácticos como cuando comerciaban esclavos por herramientas con los Omagua, no tenían nada que hablar con el tal Rivadeneyra que armaba el teatro de su honestidad y de que era un perseguido político como si el último lugar produjera algún escozor en alguien.
Los holandeses que no entendían ni el castizo castellano del señor aludido alzaron la casa en vilo, lo embarcaron en balsas flotantes y lo llevaron a Amsterdam donde ahora sirve como lugar de juego de las barajas y es un legal fumódromo de marimba de la buena.