La rapiña escolar                

El ladronismo, vieja costumbre en cualquier parte, no tiene entrañas en estos desiertos. No se emociona ante las colosales bandadas de palomas que regresan al vergel, le interesa un pepino el futuro de los estudiantes y no sufren lo suyo ante el inicio de las clases escolares. Y, como si nada, se chumaron artefactos del colegio María Teresa de Calcuta. Es decir, robaron en un lugar que deberían, por lo menos, considerar como la cuna donde se forman las futuras generaciones, entre los cuales no debería haber amigos de lo ajeno, carteristas, escaladores, monristas y otros sujetos de la rapiña. No saber ni ser ladrones es peor de lo que parece. Es la frontera de ese absurdo que nos desmantela como una verdadera sociedad, donde la educación es otro patio trasero, otro pariente pobre.

En términos estrictos, las clases escolares no comienzan este 4 de marzo para todos, como se repite por ahí. En varias partes hay centros educativos que no pueden cumplir con el cronograma, que no pueden comenzar con sus clases. Por varias razones. No tanto por la creciente, como podría suponerse. También por el abandono secular, por los males estructurales. Es decir, lo de siempre. Escribimos sobre las escuelas de los caseríos alejados, de las varias fronteras. Y ese robo nefasto, perpetrado con alevosía y ventaja, perjudicial para tantas personas, para maestros y estudiantes y hasta padres de familia, cae de perillas como una metáfora de lo mal que está ese sector que debería ser el más atendido y el más vital para alcanzar el verdadero progreso.

A pocos días de iniciarse el año escolar de este 2013 nos sale al paso ese robo escolar, ese despojo educativo. Parece una anécdota policial sin importancia, una trastada de ladrones ebrios y voladores. Pero es más que eso. Es la raya que falta a ese tigre convulso que es la educación en estos predios de varias deficiencias que, pese a tantos esfuerzos, siguen igual.