La perpetua postergación

El famoso y esperado tren, que arrancaría desde puerto Eten y  arribaría a algún lugar del caudaloso y nada trasvasable Marañón,  todavía no aparece ni en pintura. Generaciones han esperado ver aparecer, aunque sea en balsa, la locomotora, los vagones, la chimenea. Generaciones se murieron sin saber que el tren de sus sueños nunca arrendaría por estos desperdicios, por más sesudos y exactos estudios que se hizo para trazar la complicada ruta, por más dinero que se desperdició como si nada.  El tren es casi un fósil de la locomoción humana y todavía no puede llegar a este reino de bosque y baratijas. El último tren y su nada ambiciosa ruta que iba a recorrer Iquitos y Yurimaguas, se fue al tacho. O a un lugar peor.  Lo mismo podría pasar con la fibra óptica.

La maldición de la postergación eterna, el daño del nunca jamás. La inevitable sospecha nos asalta después de leer que recién el 2017 dicho adelanto tecnológico podrá arribar a Iquitos. Es decir, de aquí a la eternidad de cinco años recién la lentitud de tantas cosas podrá acelerarse. ¿Por qué tanta demora para tener lo que otros tienen desde hace tiempo? ¿No se podría hacer un esfuerzo para estar a la altura de la llamada modernidad de la eficacia, la excelencia? ¿O en una ciudad donde ganan los apagones, los cortes de agua, los chinos abusivos, las violaciones colectivas a tantos dispositivos simples, las autoridades dignas de la caricatura, no encaja la fibra óptica?

El astillero en la confluencia del Ucayali con el Marañón, iniciativa frustrada que partió del Congreso de hace tiempo,  era el punto esencial para alcanzar la modernidad de ese entonces. Para no retrasarnos en la navegación fluvial, mal del cual hasta ahora no salimos. Instalar un servicio de fibra óptica no es cosa fácil. Tiene un costo. ¿Cómo pagar ese precio y hacer que no sea un nuevo tren, un frustrado astillero de estos tiempos?