En el borde del final de la campaña de aquel año del 2014, cuando toda parecía que acabaría bien, estalló una furiosa y violenta pelea entre los muñecos que representaban a los candidatos Fernando Meléndez y Juan Carlos del Aguila. Hasta ahora ambos seres inertes siguen dándose con madre y todo y nadie, ni siquiera la fuerza telúrica del ministro Urresti, ha podido detener la mutua tunda. Es como si odios profundos y seculares, broncas anteriores al diluvio, se hubieran apoderado de esos muñecos fabricados como emblemas de una campaña de desdichas violentas. Lo peor es que entre Melendez y del Aguila no podía haber ninguna rivalidad, pues uno se iba para el Gobierno Regional y el otro para la alcaldía de Maynas.
¿Cómo ambos seres inertes pudieron trabarse en tan enconada pelea cuerpo a cuerpo y por tanto tiempo? En aquel entonces, cuando el honesto Robinson Rivadeneira todavía no salía del último lugar, los sufridos partidarios de Meléndez y del Aguila, sin darse cuenta y como guiados por el azar que todo puede pervertirlo, coincidieron en la plaza de Armas. En la campaña de ambas opciones ello era un asunto de rutina. Todavía buscaban los mejores emplazamientos para masacrar a sus adversarios cuando ambos muñecos, como tocados por hados malignos, se lanzaron violentos insultos, con mentadas de abuelas y madres y esposas. El resto fue el inicio de la violencia física.
El bombardeo con brutales drones cargados de explosivos nucleares, es la única salida que se ha encontrado para acabar con ese bochorno pleitista, ese indigno espectáculo violento. Hasta que llegue esa ayuda desde la distancia de Rusia, todo en Iquitos está paralizado. Los muñecos liosos invaden cualquier espacio sin respetar ningún lugar urbano como un aporte a los salivazos, los insultos, los pasquines, los golpes bajos.