[Cultura].

Escribe: Percy Vílchez Vela

En un carrusel de denuncias, de jornadas de tachas, de ataques de uno y otro lado, de metidas de patas, de burrerías sin contención, de promesas al por mayor y menor y de otros deslices, se acabó la campaña electoral. El alivio del ciudadano y la ciudadana es más que evidente ante el fin de la publicidad política, de los perifoneos callejeros, de los afiches proliferantes en los postes y las paredes de las casas. Solo falta el día de la votación para que de alguna manera se acabe  el triste festival de la búsqueda de los votos. Entre tantos candidatos, entre tantas propuestas, entre tantos discursos, hubo un vacío impresionante.

 

La campaña presidencial y parlamentaria del 2016 quedará en la historia como un espectáculo poco digno donde reinaron las mutuas zancadillas, el cruce de insultos, la abundancia de denuncias sobre violación a la ley electoral, las propuestas gaseosas, los planes irrealizables, los proyectos descabellados, las parcializaciones descaradas de parte de las autoridades electorales y otras perlas de ingrata recordación. Pero lo que más se notará con el correr del tiempo es la ausencia clamorosa de una palabra tan importante para cualquier sociedad de este mundo y del otro. Nos referimos a la palabra Cultura.

Es posible decir, sin abusar y sin exagerar, que ningún candidato o candidata perdió su tiempo en ese rubro ni hizo mención alguna a esa palabra. Tampoco hubo candidato o candidata que esbozara un plan o proyecto cultural moderno y adecuado para el desarrollo cultural de este país vasto y variado y dueño de indudables riquezas culturales y artísticas. Fue como si los candidatos y las candidatas se contentaran con vivir únicamente en el túnel de las obras físicas, de los gastos en cosas palpables, de las inversiones en los bienes materiales. En sus declaraciones, en sus mítines, en sus planes de gobierno,  en sus declaraciones, los candidatos y candidatos hablaron de todo y más, de incremento de sueldos, de construcción de carreteras, de aumento de gastos para esto y lo otro, pero en ningún momento mencionaron lo  que harían en el campo cultural.

Desde luego, esa carencia no es de ahora, viene desde lejos, desde la incompetencia de los gobiernos del pasado que nunca supieron implantar un plan cultural en el Perú. Desde entonces, desde los inicios de este país, la cultura nacional fue un patio trasero, una pariente pobre, que era ocupación de individuos y de grupos que pocas veces contaron con ayuda estatal. Los gobiernos se han sucedido uno detrás de otro y la tendencia nunca cambió. En los planes de gobierno la cultura nunca ocupó un lugar importante, salvo unas líneas que más eran un saludo a la bandera.

Los años han pasado, las cosas han cambiado, pero la pobre concepción de la cultura no se ha movido en la mente de los que pretenden gobernarnos ahora. Es impresionante ese retraso en la concepción de hombres y mujeres que prefieren los fríos datos de los números y las cifras para medir la eficacia de una gestión. Así las cosas el país no tiene escapatoria. Está  condenado a que sus riquezas y bienes culturales no tengan el impulso de los programas y de las inversiones estatales. Ello es lamentable en un mundo en que hoy por hoy también se mide el progreso y el desarrollo personal y colectivo desde el consumo cultural.

Los vencedores en estas justas electorales de este 10 de abril entrarán a gobernar con vendas en los ojos, e invertirán su tiempo y sus esfuerzos en tratar de hacer la obra física, visible, rentable. En esos rubros se pasaron los años de mandato. Y, con toda seguridad, nada harán para beneficio y despegue de la vida cultural de nuestro país. De esa manera se repetirá la vieja y conocida historia y los hacedores de cultura tendrán que seguir trabajando con renuncia, con entrega y con heroísmo cotidiano. Gracias a ellos y ellas, las variadas herencias que vienen desde el remoto pasado, se mantendrán como fluidas savias para perpetuar la riqueza espiritual de la nación.

.“Cultura es la vida”, sentenció hace tiempo Jack Lang, Ministro de Cultura de Francia. La frase no era gratuita y revelaba con anticipación lo que iba a ocurrir en el mundo con esa palabra. La cultura ya no es solo un bien espiritual, sino un bien material y representa a cualquier colectividad como una expresión genuina y profunda de la idiosincrasia de cualquier lugar de la tierra. Y, además, la cultura puede significar verdaderas ganancias pecuniarias de acuerdo a una inversión inteligente. En el Perú de hoy, como en el país de ayer, la falta de interés en la cultura representa una gran pérdida en todo sentido debido a la actitud de los candidatos en general. Y ello es más que lamentable.